jueves, 2 de abril de 2015

El legado escultórico de los años 90 en Moscú

Muchas han sido las quejas de los moscovitas contra el legado escultórico de los años 90 en Moscú. Ahora parece que han aprendido a convivir con ellas y ya no se oyen las protestas. Pero a mi estas obras me siguen haciendo daño a la vista cada vez que voy a visitar mi ciudad natal. Ya sé que para gustos, colores, y sin embargo...


Líder indiscutible del ránking escultórico moscovita es el monumento a Pedro I el Grande (1997), uno de los más altos de Rusia. Anormalmente grande, Pedro el Grande se yergue sobre su nave en mitad del río Moscova. Consideraciones estéticas aparte, esta obra ocupa un lugar extrañamente central para estar dedicada a un zar que no tuvo ninguna especial vinculación con Moscú. Casi lo contrario: trasladó la capital a la recién fundada por él San Petersburgo, punta de lanza de la occidentalización de Rusia, frente al núcleo eslavófilo que siempre ha sido Moscú. Su autor es el georgiano Zurab Tsereteli, que podría ser considerado el artista oficial del ex alcalde Yury Luzhkov. Su instalación causó numerosas protestas de la opinión pública, así como entre arquitectos y urbanistas de la ciudad. El mismo año 1997 intentó volarlo por los aires un grupúsculo armado denominado Revvoyensoviet (que por aquel entonces se dedicaba a dinamitar los nuevos monumentos dedicados al zarismo). Tras la dimisión de Luzhkov, volvieron los debates sobre la necesidad de, cuanto menos, su traslado. Curiosamente en San Petersburgo Tsereteli también consiguió instalar un montaje semejante en pleno centro de la ciudad pero las protestas consiguieron llevarlo a un lugar más apartado.

Los trabajos de Tsereteli siempre han ido acompañados de polémica. Sirva de ejemplo la obra que diseñó para conmemorar los 5 años del 11-S e intentó regalar sin éxito primero a Nueva York y luego a Nueva Jersey. Ahora el armatoste reposa en un terreno de una base militar abandonada a las orillas del río Hudson.

En el mismo año 1997, al lado de la Biblioteca Lenin se situó este Fiódor Dostoyevsky que lucha desesperadamente por no caerse de su asiento. Supuestamente Aleksandr Rukavíshnikov, su autor, pretendía transmitir con esa pose el ensimismamiento, la profuda tristeza del escritor... Los moscovitas suelen observar en él más bien señales de estreñimiento.

Delante de la Plaza Roja, en la Plaza Manézhnaya, hay otro monumento que ha sido objeto de burlas y críticas sin fin en Moscú: la estatua ecuestre de Gueórgiy Zhúkov, el "mariscal de la victoria", obra del escultor Viacheslav Klykov. El mariscal, más grande que el propio caballo, se eleva en los estibos, tal como supuestamente habría hecho en el desfile de la Victoria de 1945. Primero quisieron instalarlo en la propia Plaza Roja. Afortunadamente esta es Patrimonio de la Humanidad y el Comité de la UNESCO no dio para ello su preceptivo permiso.

Para contrastar, he aquí algunos monumentos moscovitas de épocas anteriores.

Minin y Pozhárskiy, héroes de la resistencia popular contra la ocupación polaca (1818).






El poeta Aleksandr Pushkin (1880).











El obrero y la campesina (1937), obra cumbre del realismo socialista.

















El fundador de Moscú, Yúriy Dolgorúkiy (1954). Si visitan Moscú, no dejen de contemplar los testículos del caballo, del tamaño de una cabeza humana, y el contraste que suponen con el castrado corcel de Zhúkov. Todo un simbolismo sobre los diferentes períodos de la Historia rusa en que fueron instalados.


El poeta Vladímir Mayakovski (1958).

















El dramaturgo Aleksandr Griboyédov (1959).






Complejo escultórico centrado en Lenin (1985).

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