lunes, 21 de mayo de 2018

El 2017 de 1960

Dentro del interesantísimo campo del "futuro del pasado" contamos con una preciada joya: En el año 2017, una película de diapositivas soviética del año 1960 que muestra cómo debería ser el futuro en 2017. Entre otras cosas pone de relieve toda una serie de diferencias con el "futuro de ahora" que nos dicen mucho sobre el inconsciente colectivo de aquellas gentes y el nuestro. Por enumerar algunas de ellas:
  • En el futuro de 1960 no hay zombies. Ni un virus mortal ni ninguna otra catástrofe que hubiera asolado la Humanidad. Solo retos a superar con un optimismo infinito.
  • La Naturaleza no es más que un enemigo a batir. La energía nuclear ya no es la más potente que existe pero es omnipresente en el funcionamiento de las máquinas. Eco... ¿qué?
  • En el futuro de 1960 no hay antagonismo entre humanos. Si acaso una banda residual de imperialistas que sobrevive escondida en un islote del Pacífico Sur y que no merece ni una diapositiva.
  • El tecnoprogreso ha liberado a la mujer de las tareas reproductivas. Eso sí, una especie de instinto primario hace que sea ella quien indique a los electrodomésticos cómo han de hacer los desayunos. Y es papá, claro, quien tiene un despacho en casa. (Spoiler: no, la pelicula no pasa el test de Bechdel.)
  • Incluso para salvar el mundo hay que pedir la debida autorización. ¿Qué es eso de llaneros solitarios u hombres con ridículas capas y mallas que van saltándose la ley a la torera para hacer el bien?
  • Y lo más inesperado: los meteorólogos son los grandes héroes de ese futuro.
Pasen y vean.


V. Strúkova y V. Shevchenko

EN EL AÑO 2017

Dibujante: L. Sméjov
Producido por el estudio Diafilm, 1960

¿Quién no ha pensado alguna vez en el futuro? ¿Cómo será? ¿Quién no querría echar un vistazo al siglo venidero? Las obras de ciencia ficción, los cálculos de los científicos y los atrevidos proyectos de ingeniería nos permiten imaginar cómo puede ser el futuro.

Así que echemos un vistazo al futuro, trasladémonos unos 50-60 años más allá en el tiempo. Quizás en vísperas del Centenario del Gran Octubre otros escolares, iguales a vosotros, contemplen en su clase de geografía un reportaje cinematográfico sobre el pasado reciente y el presente de su país: una película sobre cómo la gente soviética transforma la naturaleza para alcanzar la paz y la prosperidad en la Tierra.

Estos son los escolares de 2017 en un aula de clase cinematográfica. Un efecto especial llamado "la lupa del tiempo" les permite observar cómo se fue construyendo la imagen del país que conocen.

Los chicos pueden contemplar como tramos de puentes se funden sobre insondables abismos en las montañas...

...explosiones nucleares localizadas con gran exactitud abren canales y hacen desaparecer los montes que obstaculizan el paso...

...los ríos Obi y Yeniséi son obligados a dar la vuelta y encaminarse al mar Caspio. Este mar, hace tan poco tiempo en riesgo de secarse, ahora recibe aguas de caudalosos ríos.

Los chicos escuchan al locutor: "Este que veis es el dique que atraviesa el estrecho de Bering. ¿Veis cómo cruzan por él los trenes nucleares? El dique cierra el paso a las corrientes frías del Océano Glacial Ártico y mejora así el clima del Extremo Oriente.

Luego, en la imagen, la superficie de la tierra se desvanece y se puede observar lo que acontece en las entrañas de la Tierra. En lo más profundo de los volcanes lanchas-topo fabricadas con un especial acero termorresistente se abren camino hacia fuentes de energía eternas.

A continuación, en la imagen, se desvanece el planeta mismo. Recorren el espacio interestelar, a una velocidad cercana a la de la luz, cohetes de fotones: naves espaciales camino del sistema planetario más próximo a nosotros y tan lejano a la vez, el Alfa Centaura.

Termina la sesión de cine y el profesor de geografía Nikolái Borísovich recuerda que mañana el grupo sale de excursión a la ciudad subterránea de Carbonogrado, en la región subártica.

A la mañana siguiente un capirotazo en la nariz despierta a Ígor. Así es como le despierta el reloj de pared inventado por su padre, uno de los controladores del Instituto Central de Administración del Clima.

Entreabriendo los ojos, el niño observa como la suave mano de plástico que le acaba de despertar es reabsorbida por la carcasa del reloj. "¡Hoy veré Carbonogrado con mis propios ojos!" — piensa Ígor con ilusión.

Mamá no está en la cocina pero ha dejado una nota con indicaciones a la inteligente máquina culinaria. "¡Qué bien! ¡Mi desayuno favorito!" — piensa el niño.

Ígor pone en marcha con cuidado el equipo e introduce la nota en la ranura. Para ejecutar las indicaciones apuntadas rayos invisibles tantean el contorno de las letras en la nota, cubetas automáticas miden las cantidades necesarias, unas cuchillas especiales parten raudamente las verduras.

De repente, desde el despacho de papá, llega la sonora voz de mamá.

Mamá mira desde la pantalla de un televideófono. Está en la cubierta de una motonave. Esta aloja el jardín de infancia en el que se encuentran sus hijos menores. — "¿Te has apañado con el desayuno?" — pregunta, sonriendo, mamá.

— "Estás... ¿en el Mar Negro!" — se extraña Ígor. — "Estoy en un viaje de trabajo, inspeccionando los jardines de infancia flotantes del Mar Negro y, ya de paso, he pasado a saludar a los míos... Dile a papá por teléfono que no volveré hasta mañana".

Media hora más tarde Ígor ya está muy lejos de la capital. El Ártico les recibe con una furiosa ventisca. Trabajadores locales rodean al grupo de moscovitas.

Una escotilla se abre ante los excursionistas y la ancha cinta de la escalera mecánica les transporta hacia abajo.

Más tarde recorren las calles de Carbonogrado. Por el aire se extiende el sutil aroma de los tilos. Al ver a la gente tostándose en la playa bajo un astro de cuarzo resulta difícil pensar en la ventisca que campa a sus anchas más arriba.

En las periferias de la ciudad enormes máquinas de acero están royendo las rocas. El ingeniero jefe de Carbonogrado Vladislav Ivánovich cuenta muchas cosas interesantes a los escolares.

— Aquí, bajo la tierra, disfrutamos de una primavera perpetua, — les informa con orgullo, — aunque el caprichoso tiempo de arriba nos fastidia los gráficos de envío del producto.

— Y la estación aérea de administración del clima que se está construyendo, ¿no podría vencer los caprichos del Ártico? — pregunta Nikolái Borísovich. Los chicos esperan con interés la respuesta del ingeniero jefe.

— Por el momento las intervenciones de la estación aérea son de carácter temporal, — respondió Vladislav Ivánovich. — El flujo ininterrumpido de los cargamentos solo se podría asegurar mediane un metro interurbano que atravesara todo el Ártico.

— Este es un nuevo modelo del "terrador": la nueva máquina de perforación de alta velocidad. Este "terrador" funcionará con la energía mesónica recién descubierta que triplicará su velocidad de penetración.

Por otro lado, la estación aérea de administración del clima tiene un gran futuro. Una persona presionará desde su despacho las teclas del radiomando y la máquina levantará el vuelo para reducir el huracán o suprimir una tempestad.

De hecho, los escolares tardarían muy poco en saber de lo que es capaz la estación aérea.
Mientras Vladislav Ivánovich conversa con ellos, en Moscú, en su despacho del Instituto Central de Administración del Clima, el sinóptico jefe del país y el controlador del clima de guardia, el padre de Ígor Yevgueni Serguéievich, discuten los mensajes de emergencia que llegan desde la región del Pacífico.

— Nos acaban de informar, — dice el sinóptico jefe, — de que los últimos imperialistas, escondidos en una lejana isla, han estado probando un arma mesónica prohibida. Las pruebas han provocado una explosión de fuerza inaudita que ha destruido toda la isla y, al mismo tiempo, ha provocado perturbaciones en la atmósfera terrestre.

— ¡Es por eso que nuestra máquina inteligente de pronósticos de repente predice para hoy una tormenta de 12 puntos en el Mar Negro cuando ayer el pronóstico todavía era favorable! — exclama Yevgueni Serguéievich.

— La explosión en el sur del Pacífico está provocando terribles huracanes y tormentas. ¡Es necesario salvar a las personas! — afirma decididamente el sinóptico jefe. — ¿Nuestra estación aérea está preparada?

Una terrible idea abrasa la mente de Yevgueni Serguéievich. Las naves... Los jardines de infancia flotantes... Allí están su mujer, Nina, Vitia. Cada minuto que pasa el huracán está más cerca. Pero la estación todavía no está equipada con el radiomando.

— Pediremos autorización para un vuelo tripulado de la estación aérea de administración del clima, — dice el sinóptico jefe. — Iremos nosotros mismos. Claro que arriesgaremos nuestras vidas. Pero debemos salvar a los niños, a los marineros, las naves.

La autorización para el vuelo llega y, al poco, prominentes columnas de agua pasan detrás de la ventana de la estación aérea del clima. Las columnas llegan hasta las mismísimas nubes.

Por la pantalla del televisor instalado en la estación pasa la costa del Mar Negro. Un gigantesco tornado está arrancando azoteas y descuajando árboles centenarios.

El sinóptico jefe hace bajar cristales negros sobre las ventanas. Auxiliares de laboratorio dirigen los mandos. El fuego deslumbra incluso a través de los cristales negros... Y es que la estación está irradiando mesones de inaudita potencia. Sus rayos combaten el tornado.

Cuando al fin se desconectan los relámpagos mesónicos y se elevan los cristales negros, el tornado se ha ido como por arte de magia. La estación aérea de administración del clima ha salvado cientos de vidas.

La explosión en el sur del Pacífico que había supuesto una amenaza mortal para la costa del Mar Negro, también se da a conocer en la capital. Una masa viscosa, gris y tenebrosa, avanza por un lóbrego cielo.

Pero la capital se está engalanando para la fiesta. Se vive una extraordinaria animación en la calle. Los moscovitas se quitan de las manos la última edición del periódico que informa sobre los últimos logros de la ciencia soviética en la administración del clima.

Y entonces, de repente, se abren los nubarrones y columnas de luz dorada se posan oblicuamente sobre las casas y los parques. El corredor de luz se va abriendo más y más.

La estación aérea de administración del clima sobrevuela lentamente la ciudad. Una radiante ciudad que se prepara para la celebración del Centenario del Gran Octubre. El festejo ha coincidido con una gran victoria de la ciencia soviética sobre la naturaleza.

El padre de Ígor abandona la estación aérea del clima y se encuentra con su hijo que no logra zafarse de su abrazo, especialmente fuerte en esta ocasión.

Por la tarde Yevgueni Serguéievich enciende el televideófono y llama a la motonave Najetia. Desde la pantalla le sonríe su mujer y Nina grita a su lado: "¡Papá! ¡Por aquí ha caído un templadito chaparrón!"

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