miércoles, 18 de febrero de 2015

La génesis del realismo socialista

A caballo entre los 80 y los 90 el escritor disidente Vitali Shentalinski lleva a cabo un exhaustivo estudio de los expedientes desclasificados de la KGB dedicados a algunos de los grandes escritores soviéticos de la primera mitad del s. XX. Fruto de este trabajo es el ensayo Los Esclavos de la Libertad, en cuyo capítulo dedicado a Maksim Gorki (El petrel enjaulado) figura el fragmento que traduzco a continuación. Sin abandonar su habitual estilo despectivo con el régimen, Shentalinski expone en unas pocas líneas su visión de cómo se gestó la idea del realismo socialista.

Autor: Vitali Shentalinski
Traducido por Antonio Airapétov

El 26 de octubre de 1932 en la casa de Málaya Nikítskaya [la residencia de Gorki en Moscú — NT] tuvo lugar el célebre encuentro que pasaría a la Historia y condicionaría por muchos años la política literaria, prácticamente hasta la perestroika de Gorbachov. De todo se ha escrito sobre ese encuentro: cada participante lo interpretó a su manera, habitualmente tendenciosa, a partir de sus propios intereses, aunque siempre de la forma que en cada momento estaba permitida.

Echemos también nosotros un vistazo a ese encuentro, ahora que los materiales que se hallaban ocultos en los archivos secretos permiten hacernos una idea más objetiva de lo que allí pasó.

[...]

El comedor está a rebosar. En los lugares de honor, los caudillos del Kremlin: Stalin, Mólotov, Voroshílov, Kaganóvich. Aunque, en realidad, no aparentan ser caudillos: se muestran sencillos, accesibles, hacen chistes, comen y beben a gusto. Alrededor, mezclados, los escritores: medio centenar de personas que se encuentran más inhibidas, alerta. No se están aquí Ajmátova ni Mándelshtam, tampoco Pasternak o Plátonov, Bulgákov o Bábel, ni Andrey Bély, Nikolay Klúyev o Borís Pilniak... todos aquellos a los que hoy consideramos flor y nata de nuestra literatura. Por el contrario, están presentes muchos autores de talento, unos buenos y otros no tanto, pero siempre «de los nuestros». Y en todavía mayor proporción, funcionarios y activistas literarios.

Haremos caso omiso de los discursos e intervenciones que se pronuncian hoy en este lugar, muchos de ellos ni siquiera nos parecerán interesantes al día de hoy, demasiado alejados del arte. En primer lugar, se resuelve un conflicto organizativo sobre quién habría de liderar el mundo literario. La Asociación Rusa de Escritores Proletarios y la Unión de Escritores Soviéticos hacen las paces. El segundo punto se presenta más complejo: no basta con reunir a todos los escritores en un único rebaño, es necesario también marcarles un camino, una idea que les sirva de guía. No solo hay que indicarles cómo deben vivir, también cómo deben escribir. Falta un principio fundamental, un método de trabajo. La libertad de creación ni se menciona, dejada, por inexistente, a los enemigos del socialismo. Y por boca del sabio Stalin se formula la teoría más innovadora, inédita y propia: el realismo socialista.

Seamos justos, Stalin no fue el únco artífice de esta única teoría correcta. Aquí, como en la inmortal obra de Gógol [El Inspector General — NT], todavía está por ver quién fue el primero en decir «¡Eh!»

Gorki, por ejemplo, también se había esforzado considerablemente en la búsqueda de un principio rector para los escritores, de la única línea principal, con el fin de avanzar juntos hacia el porvenir y no cada uno por su lado, marcando el paso y obedeciendo la orden sin salir de la senda. Poco tiempo antes, en otro encuentro de escritores, Aleksey Maksímovich [Gorki — NT] ya había propuesto:

— ¿No deberíamos reunir el realismo y el romanticismo en una tercera cosa, capaz de representar la heroica contemporaneidad con unos colores más vivos, describirla en un tono más digno y elevado?

Pero tampoco él fue el pionero. Reflexionando en el fenómeno de Lenin, Gorki se había percatado de que el acierto de aquel no solamente radicaba en la fuerza de la razón y en su inquebrantable teoría, sino en algo más... «Es también, —meditaba Aleksey Maksímovich,— esa altura de miras que solo es posible gracias a la inusitada capacidad de observar el presente desde el futuro... Esa altura, esa capacidad, debe sentar las bases de ese "realismo socialista" del que ahora se empieza a hablar entre nosotros.»

¡Brotaron las semillas sembradas por Ilyich [Lenin — NT]!

Y ahora esa idea también es recogida por Stalin, su fiel continuador. Eso exactamente es lo que habría que hacer. Representar la vida, no como es, sino como debe ser. ¡Vivir en el presente pero observarlo desde el futuro! ¿No recuerda este invento a otra genial idea: aquella de conseguir un cruce entre tomate y patata para que tanto el tallo como las raíces den frutos?

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