Comparto aquí la transcripción traducida de la entrevista completa realizada con el historiador Aleksey Sajnín en París, en noviembre de 2024, cuyo resumen se publica en El Salto.
Estamos con Aleksey Sajnín. Hoy es 25 de octubre y estamos grabando esta entrevista para el digital español El Salto. Aleksey, estas son las preguntas que te envié. Si quieres vamos a repasarlas por orden. En España la información que se recibe sobre la situación interna de Rusia es prácticamente nula, especialmente sobre lo que ocurre en la izquierda. Para la mayoría de los españoles de izquierdas que saben algo sólo existe el Partido Comunista de la Federación Rusa, por lo que sería bueno transmitir de alguna manera cuál era la situación en la izquierda en el momento de la invasión de Ucrania cómo esta afectó al equilibrio de fuerzas en la izquierda, y cómo durante estos dos años y medio ha ido cambiando la situación.
Bueno, en primer lugar, en Rusia existía un sistema político que reflejaba la propia estructura social del país. El principal rasgo de esta estructura es que la riqueza y el poder se concentran en manos de una oligarquía cada vez más reducida. En consecuencia, la medida de influencia real de los partidos políticos, no sólo de izquierdas, fue menguando gradualmente e incluso antes de la guerra ya era insignificante. El nivel de confianza en estos partidos políticos era extremadamente bajo. Al mismo tiempo, en paralelo a este sistema político cadáver se había constituido una sociedad civil mucho más extensa aunque limitada geográficamente a las grandes ciudades: la capital y, quizás, algunas otras ciudades de más de un millón de habitantes. Sus organizaciones estaban conectadas por miles de hilos con una minoría privilegiada. La gran mayoría de la sociedad rusa no estaba vinculada ni al sistema político parlamentario, ni a esta sociedad civil con sus propios medios de comunicación opositores, principalmente liberales, sus organizaciones de derechos humanos, sus fundaciones sin fines de lucro, sus iniciativas de voluntariado... La gran mayoría, pongamos entre el 75% y el 80% de la población, estaba excluida de todo. Y dentro de esa burbuja de la sociedad civil había una absoluta hegemonía liberal a nivel de ideas, de recetas sociales, del lenguaje en el que se discutían los problemas sociales, de valores... Una herramienta importante del régimen a partir del año 2012 fue lo que los conservadores norteamericanos llaman batallas culturales. El poder enfoca artificialmente la atención de la sociedad en problemas con los que la gente no se encuentra en absoluto en su experiencia cotidiana. Fuerza la agitación y la histeria moralista en torno a estos problemas. El ejemplo más conocido es la cuestión LGBT que hasta el año 2012 no tenía ninguna repercusión práctica en el discurso público pero pasó al primer plano a raíz del caso Pussy Riot y otras campañas. El gobierno constantemente, de manera relativamente informal pero apoyándose en su enorme aparato de propaganda, intensificó la tensión entre la clase media privilegiada y la gran mayoría de la población. Esa tensión no estaba relacionada con los privilegios sociales y la desigualdad de ingresos, sino con las diferencias culturales. Supongo que no estoy diciendo nada nuevo ni siquiera para España.
El 24 de febrero de 2022 nos encontramos con que la política es aniquilada de un plumazo. Cualquier declaración contra la guerra, cualquier declaración incompatible con el Kremlin, es criminalizada. Se conocen casi 1500 condenas en todo el país pero en realidad son muchas más. Hay personas desconocidas, desconectadas, sin experiencia activista, encarceladas bajo acusaciones de difamación de las fuerzas armadas o justificación del terrorismo. Todos los medios de comunicación de la oposición han sido cerrados o prohibidos. Los que siguen operando lo hacen desde el exterior y tienen que superar bloqueos. Es decir, para que las personas puedan leer Meduza, necesitan instalarse una VPN en sus dispositivos. Por tanto, a vista de pájaro, lo que se observa es un erial devastado en el que no hay política de ningún tipo, ni de izquierdas ni de derechas. O más bien la política proviene del Kremlin y prosigue en su proceso de descomposición. Cuando comenzó la guerra y resultó que no se limitaría a una operación especial de dos semanas sino que sería larga y sangrienta, el Kremlin se vio obligado a reestructurar con urgencia sus medios de comunicación e involucró masivamente a los activistas de ultraderecha que hasta entonces habían desempeñado un papel insignificante en el espacio público. Ahora estos dominan tanto en los grandes canales de televisión como en internet donde se autodenominan reporteros de guerra. Se trata esencialmente de activistas de ultraderecha, la mayoría de ellos directamente relacionados con servicios de inteligencia, con el ejército o la administración presidencial, que se sienten cómodos usando un lenguaje nacionalista radical. Su nacionalismo es mucho más radical que, por ejemplo, el nacionalismo de Vox y se asemeja más a los nacionalismos europeos de la primera mitad del siglo XX. Estos son los círculos en los que se está desarrollando actualmente la actividad política. Estos reporteros de guerra pueden, por ejemplo, incitar al odio interétnico o llamar a pogromos. O incluso, bajo algunas circunstancias, pueden criticar a un mando militar ruso concreto por su corrupción o el mal equipamiento del ejército. Pero fuera de estos discursos de ultraderecha creados artificialmente no existe política.
Eso es lo que se ve a vista de pájaro, pero podemos bajar un poco y observar qué pasó con las personas que estaban en movimientos de la izquierda. Rusia es un país bastante de izquierdas. Por extraño que parezca decirlo ahora que el Estado, como sujeto de política internacional, adopta posiciones de ultraderecha y lo enfatiza. Pero desde el punto de vista de las simpatías sociales, de la opinión pública, la gran mayoría de los rusos comparte una especie de consenso socialdemócrata de izquierdas. Lo atestiguan innumerables estudios sociológicos, la práctica cotidiana, e incluso el carácter de las protestas masivas. Para el régimen desde los años 90 hasta mediados o finales de los 2000 el principal problema fue el control de la oposición de izquierdas. Tanto Yeltsin como Putin al comienzo de su reinado, dedicaron sus mayores esfuerzos en política interna a impedir que la oposición de izquierdas obtuviera demasiados votos, a desacreditarla y a dividirla. Su estrategia funcionó con relativo éxito.
En su forma avanzada ese sistema se veía así: la fuerza principal en el flanco izquierdo era el parlamentario Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) que había adoptado posiciones socialdemócratas muy moderadas en cuestiones socioeconómicas y posiciones nacionalistas moderadas en cuestiones culturales. Es decir, tenía un enfoque muy conservador y esa era su principal diferencia con los grandes partidos de izquierda de Europa. Pero en términos de corrupción y fusión con la clase dominante, el Partido Comunista de la Federación Rusa había superado incluso a los partidos socialdemócratas más desacreditados de Europa. Su cúpula, sus líderes, estaban estrechamente relacionados con el mundo de los negocios y, más aún, con la administración. En los últimos años, incluso las cuestiones de nombramiento de personal interno están siendo consensuadas con la administración presidencial. Pero en algunos casos, incluso a finales de la década de 2010, el PCFR había servido de plataforma para movimientos disidentes moderados. Por ejemplo, en 2018, bajo la influencia de grupos a su izquierda, el PCFR nombra como candidato presidencial a un empresario de rango medio, Pavel Grudinin, que dirigía el Sovjós Lenin. El nombre de la empresa hacía referencia a la experiencia de la colectivización soviética, pero en realidad se trataba de una empresa privada. Era un líder que hablaba desde posiciones keynesianas muy moderadas. Este paso fue consensuado con la administración presidencial pero incluso un cambio tan tímido causó un enorme entusiasmo entre las bases. Durante la campaña quedó claro que Grudinin podría convertirse, contrariamente a lo esperado, en un problema electoral para el Kremlin, e incluso llegar a la segunda vuelta, algo que no se había visto desde 1996. La administración presidencial dedicó enormes esfuerzos a destruir públicamente a Grudinin en el espacio mediático. De inmediato empezó a tener dificultades con sus empresas. Las autoridades judiciales paralizaban las estructuras del partido que lo apoyaban en las regiones con el objetivo final de manipular el resultado electoral. Al final, su resultado oficial fue del 13% y él no lo impugnó. No se atrevió a abandonar ese cauce de democracia permitida, estrecha, autoritaria y controlada. Pero este episodio demostró que la izquierda tiene un gran potencial. Un populismo de izquierdas, cualquier llamamiento al pueblo en un momento de movilización electoral tenía grandes posibilidades. Era un secreto a voces, todo el mundo lo sabía. Y esta esperanza alimentó durante años a otros grupos y líderes particulares que ocupaban posiciones clásicas de izquierdas, mucho más radicales y escoradas en cuestiones sociales y culturales. La izquierda extraparlamentaria no dejó de funcionar en ningún momento. Se expresó en innumerables grupos, desde trotskistas y anarquistas hasta socialdemócratas. En ocasiones sus expresiones eran masivas: por ejemplo, un movimiento antifascista de perfil más bien anarquista con decenas de miles de participantes. Los intentos de construir sindicatos independientes con una agenda ideológica laborista de izquierda volvían una y otra vez. Pero en condiciones de creciente autoritarismo, eso no condujo a la creación de un poderoso movimiento de masas capaz de alterar el funcionamiento de la máquina autoritaria. A todos estos grupos no se les permitió participar en la política electoral y se les empujó a hacer algún tipo de trato con el Partido Comunista de la Federación Rusa o sus estructuras regionales. Las autoridades ya habían forzado a los liberales, incluida la oposición radical, a hacerlo. Así fue cómo Navalny puso en marcha su sistema de voto inteligente, por el cual sus partidarios, en vez de votar a sus candidatos (cuyo registro electoral había sido prohibido), debían elegir al candidato de la oposición permitida con más posibilidades y ese era en la mayoría de los casos del Partido Comunista. Es decir, la lógica misma del autoritarismo empujó objetivamente a personas de todos los sectores públicos hacia el PCFR.
En los 2010 apareció otro fenómeno: una especie de renacimiento de la ortodoxia comunista. Su ámbito de acción estaba limitado a YouTube. Dado que las autoridades rusas van muy por delante de cualquier país occidental en términos de restricciones a la libertad de expresión, las redes sociales, en particular YouTube, se habían desarrollado a una velocidad increíble en Rusia. El blogging masivo alcanzaba audiencias equiparables a los principales canales de televisión en los últimos años. En este espacio, por supuesto, dominaban los blogueros liberales, pero de repente aparecieron algunos blogueros influyentes que se expresaban en un lenguaje ya no simplemente de izquierdas, sino comunista radical, y que reivindicaban la condición de marxistas. Por regla general, apelaban, con diferentes matices, a la experiencia soviética, a Lenin y algunos de ellos también a Stalin. Pero resultó que llevaban incorporado una especie de miedo a la política real en su ADN. Pese a que el marxismo siempre había producido ideologías revolucionarias y exigido la priorización de la práctica (Tesis 11 sobre Feuerbach), este espacio arrastró en la dirección opuesta a sus seguidores, a una especie de reflexión teórica abstracta, interna y al consumo de contenidos. Esto también se notó el 24 de febrero de 2022.
Fue un momento de shock colosal: había empezado una guerra que la sociedad no quería, que no esperaba y para la que no estaba en absoluto preparada. Recuerdo mis propias sensaciones personales cuando estaba escribiendo en un breve post de Facebook que aquello era imperdonable, que no había argumentos que pudieran justificar el inicio de una guerra: sentía miedo porque parecía que ahora, al fin, sí que vendrían y me encarcelarían. Ese miedo penetró por todos los poros. También era el miedo a caer en el anonimato, a que la organización a la que habías dado tantos años de tu vida fuera destruida, que fuera desactivada y nunca se recuperara. Todo aquello condujo a muchos activistas a justificar la guerra de forma más o menos sincera o hipócrita según el caso. El arsenal de argumentos oscilaba entre el pragmático debemos sobrevivir para ayudar a la clase trabajadora en tiempos difíciles, hasta las tradicionales apelaciones a que la principal fuente del imperialismo mundial, y de todos los males sociales en general, es el imperialismo estadounidense, lo cual significaría que incluso las formas más crueles y sangrientas de lucha estarían justificadas. La gente elegía sus excusas en este amplio abanico, o simplemente se negaba a hablar de lo principal, fingiendo estar implicada en pequeños proyectos sociales. Como si la guerra fuera un huracán independiente de la voluntad humana.
La clave no está simplemente en que estas izquierdas belicistas (incluido el PCFR) apoyen la guerra (en Rusia eso ahora es un requisito previo para existir en la esfera pública), sino que, al hacerlo, han perdido por completo los restos de entidad propia, autonomía y perspectiva política que les quedaban. Pasaron a ser indistinguibles de un departamento de tercer nivel cualquiera de la administración presidencial. Las izquierdas radicales que eligieron este camino tampoco lograron constituir una fuerza política. Ni ha surgido una facción estalinista importante a favor de la guerra, ni puede surgir. Su relato, sus argumentos, son absorbidos por la extrema derecha y se integran en la lógica dominante de justificación de la guerra. El resultado es en ocasiones una retórica ecléctica del tipo: luchamos contra pervertidos homosexuales, negratas racialmente inferiores, así como contra el imperialismo mundial y la injusticia social encarnada en la administración estadounidense. Quien quiera, puede rastrear allí raíces históricas más profundas, el legado del estalinismo. Para la izquierda de esta tradición la política es, ante todo, algún tipo de transformación política y social desde arriba. El Estado es el principal agente de la transformación social. Este legado fue disminuyendo y erosionándose gradualmente, pero sigue estando muy presente en la izquierda rusa.
Todos los demás grupos y líderes de la izquierda, para quienes la esencia del pensamiento de izquierdas está en la capacidad de las masas, de los pueblos o de las clases oprimidas de actuar con independencia y desafiar a la clase dominante, que ven al Estado como un aparato represivo en manos de la clase gobernante, adoptó posiciones antibelicistas. Es la mayor parte de la izquierda, pero es difícil de ver precisamente porque cualquier declaración, incluso la más cautelosa, puede conducir directamente a la cárcel o a la condición de agente extranjero con consecuencias terribles que lo dificultan mucho todo y prácticamente impiden trabajar y ganarse la vida. En la izquierda ya no son decenas las víctimas de la represión política, sino cientos. El caso más famoso es el de Boris Kagarlitsky, el pensador marxista más conocido de Rusia, que está en prisión por justificación del terrorismo. Pero son cientos los activistas de a pie encarcelados. Podemos mencionar el círculo marxista de Ufá, un club de lectura marxista regional (algunos de sus miembros estaban en el PCFR, otros en el Frente de Izquierdas). O el Caso de Kansk que se inició contra jóvenes de tendencia más bien anarquista, muchos de los cuales no tenían cumplidos ni los 18.
Todo este espacio fue violentamente desmantelado. Sin embargo, persiste en forma de grupos microscópicos en régimen semiclandestino, algunos de los cuales están tratando de librar una resistencia armada. Se han documentado más de 200 actos de terrorismo simbólico, en que los activistas incendian elementos de la infraestructura ferroviaria usada para el transporte de municiones al frente o arrojan cócteles incendiarios a las oficinas de reclutamiento. Probablemente no sea ni la mitad del número real. Es decir, incluso esa resistencia radical persiste.
Hay grupos que están tratando de constituirse abiertamente como izquierda antibelicista. Hace un mes se anunció la creación de un nuevo partido comunista, el Partido Comunista Ruso (Internacionalista), que adopta una posición antibelicista. Reúne facciones antibelicistas de diferentes organizaciones cuyos cobardes dirigentes justifican en alguna medida la guerra o no se pronuncian. Pero por el momento no cabe esperar el surgimiento de una gran fuerza. Por dos razones. Una es la dictadura. Arranca todos los brotes de raíz. La segunda: estas iniciativas están completamente aisladas del espacio social cuyos intereses tradicionalmente aspira a representar la izquierda. La clase trabajadora no los ve.
Por otra parte, la guerra tiene otra consecuencia radical cuyo significado aún no se ha comprendido en su plenitud. El espacio político público ha funcionado como un amortiguador de contradicciones durante las dos últimas décadas. El régimen ha mantenido la lealtad de la mayoría desposeída atizando artificialmente los conflictos reales entre la clase media y la base social. Ahora este amortiguador ha desaparecido. Ya no hay políticos opositores, ni elecciones, ni medios de comunicación, ni activistas de derechos humanos. El precio que los pobres pagan por esta aventura militar no para de aumentar. Por ejemplo, cuando una persona es movilizada y mediante el engaño y la violencia es enviada a un verdadero infierno, un Verdún, una guerra de trincheras al estilo de la Primera Guerra Mundial. Y no hay nada que hacer al respecto. No hay políticos, activistas de derechos humanos o funcionarios a quienes puedas dirigir una queja, que te defiendan o que de alguna manera suavicen este golpe. Las colosales contradicciones sociales que el régimen había estado resolviendo durante décadas con la incitación a las guerras culturales y mediante procedimientos parlamentarios de democracia burguesa ya no funcionan. La clase dominante, habiendo abandonado este sistema, empieza a recibir directamente el impacto de los conflictos. Como el conflicto con las personas reclutadas por la fuerza en el ejército no es resuelto por activistas de derechos humanos ni opositores, como no puede ser discutido en los medios de comunicación, la única solución para esa persona armada y reclutada empieza a ser su propio rifle. Por ahora, es una amenaza potencial. Pero hay señales importantes de que no es una amenaza vacía.
Lo vemos en encuestas. Está claro que debemos cogerlas con pinzas porque en una dictadura la pregunta ¿apoyas a Putin? suena como ¿apoyas a Putin o prefieres ir 5 años a prisión? Pero incluso en estas encuestas vemos un patrón consistente: el nivel de lealtad al régimen disminuye a medida que bajamos en la escala de rentas. Cuanto más pobre es la gente, menos apoya la guerra. Antes de la guerra el patrón era el contrario: la clase media era más opositora. La ausencia de una clase media políticamente organizada ha transformado el panorama.
Luego tenemos un número creciente de desertores. Ya se conocen los datos del primer semestre de este año de procesos judiciales relacionados con delitos militares (abandono de la unidad, deserción). Estos casos se han triplicado en el último año y se han multiplicado por 7,5 en comparación con 2022. Todavía está lejos de ser suficiente para romper la maquinaria militar de la dictadura pero ya es un problema tangible. Y lo más importante es la tendencia al crecimiento exponencial.
No hay manera de realizar un estudio sociológico exhaustivo en el frente, pero hay maneras de ver y escuchar, aunque distorsionadas, las voces de los soldados de diferentes bandos. Por ejemplo, a través de los autodenominados reporteros de guerra de ultraderecha. También a través de las voces de los desertores y otras personas que enfrentan innumerables problemas. Vemos que el nivel de irritación y fatiga por la guerra está aumentando rápidamente. Cuanto más cerca del frente, mayor es. No sé cuándo este sistema, esta acumulación de contradicciones, hará estallar el sistema desde dentro. Pero es evidente que vamos en esa dirección.
Se están produciendo cambios de gran envergadura en el mercado laboral. Seguramente la mayoría de los lectores de la prensa europea de izquierdas se han encontrado con un estancamiento o una caída de sus rentas en los últimos años. En Rusia la guerra y el keynesianismo militar al que ha recurrido el régimen han aumentado determinados salarios. Si queremos entender lo que está pasando en la sociedad rusa este hecho debe ser tenido en cuenta y analizado. Hasta 3 millones de personas están involucradas en la industria de la guerra. Hay un gran aumento de salarios, por encima del 20 y en algunos casos del 50% anual. Una vieja empresa soviética que antes fabricaba 10 tanques al año ahora está funcionando a pleno rendimiento, trabajando en tres turnos y produciendo tantos tanques como sus vetustos equipamientos le permiten. También hay industrias nuevas que producen drones. Esto ha provocado una terrible escasez de mano de obra en el mercado laboral, pero en estas empresas la gente gana de tres a cuatro veces más de lo que ganaban antes de la guerra, incluso teniendo en cuenta la inflación. Pero ello también crea una amenaza para el régimen porque 2 millones de personas, además de aproximadamente otro millón que ya estaban en la industria militar, siguen siendo una minoría incluso de la clase trabajadora propiamente industrial. Los salarios de todos los demás y los ingresos de los pensionistas no han crecido ni siquiera al nivel de la inflación. Es decir, este sistema, hasta cierto punto, convierte a los trabajadores en beneficiarios de la guerra, pero también crea enormes contradicciones. Todo lo cual conduce a una inflación desbocada que las autoridades financieras rusas aún no han sabido atajar. Esta inflación anula el efecto del keynesianismo militar y por otro lado, como sabemos, la expansión del mercado laboral aumenta las probabilidades de una crisis debida al clásico conflicto de clases por los salarios.
Para resumir la respuesta a tu pregunta, para los europeos de izquierdas que quieran sacar algo en claro entre las tinieblas de la guerra sería importante mirar no tanto a los grupos políticos, sino a lo que les está sucediendo a los soldados despolitizados del interior de Rusia, de las regiones y familias pobres que han sido engañadas, forzadas mediante el señuelo económico o la coerción a entrar en las trincheras, o que acudieron a las empresas militares en busca de sus inflados salarios. Los grupos políticos sólo nos interesan en la medida en que dicen algo de estas masas o para estas masas.
Pasemos a la siguiente pregunta, la relativa a la relación actual entre las izquierdas que han permanecido en Rusia y las que emigraron al extranjero. ¿Hasta qué punto es posible mantener la unidad de acción? Todo el mundo conoce lo que está sucediendo ahora en la oposición liberal donde los navalnistas se enfrentan con los partidarios de Jodorkovsky y los que se han quedado en Rusia se quejan de que se les etiqueta como los rusos malos, mientras que los que se han ido serían los rusos buenos. ¿Hasta qué punto se reproduce esta situación en la izquierda?
Hablemos primero de los liberales. Ahora la oposición liberal rusa está experimentando una especie de suicidio en diferido. Las dos facciones clave –los partidarios de Jodorkovsky y los partidarios de Navalny– se disparan entre ellos con todos las cañones mediáticos a su alcance, y no solo mediáticos. Contratan matones para realizar agresiones físicas, secuestros, etc. ¿Cuál es el motivo de este suicidio? ¿Por qué, pese a ser conscientes de los catastróficos costes de imagen que conlleva, lo aceptan?
Todos estos políticos liberales abandonaron Rusia y el núcleo central de sus partidarios se fue con ellos. Los antiguos activistas, voluntarios o empleados de sus cuarteles, organizaciones de derechos humanos, organizaciones protopolíticas... se marcharon por motivos de seguridad. En Rusia todavía tienen un amplio seguimiento, pero de una audiencia menos implicada. Hubo protestas masivas en Rusia al comienzo de la guerra (yo fui uno de sus participantes y organizadores en febrero y marzo de 2022), pero en septiembre, cuando se anunció la movilización, fueron definitivamente aplastadas. Y desde entonces una acción política abierta contra la guerra en Rusia es imposible.
¿Qué pueden ofrecer ahora estos políticos liberales a sus seguidores? Les pueden ofrecer el juego de la guerrilla, por ejemplo. En secreto, a través de la web, se organizan grupos que hacen graffitis contra la guerra. Los efectos prácticos de esta actividad son muy pobres, sus pintadas se limpian de inmediato, y por el contrario el riesgo de ir a prisión por muchos años es muy elevado. Es evidente que esto conduce a su aislamiento. La mayoría de la gente no está dispuesta a jugar a esto, y con buena parte de razón. Los liberales se han quedado sin sus prácticas y también sin una estrategia. Su estrategia consistía en participar en campañas electorales, protestas callejeras y acciones de presión sobre la elite rusa, parte de la cual estaba interesada en mantener buenas relaciones con Occidente, con el fin de alejarla de Putin y atraerla al lado de las fuerzas progresistas, para lograr cambios al estilo de las revoluciones de terciopelo en Europa del Este o de los Pactos de la Moncloa en España cuando los políticos acuerdan unas nuevas reglas del juego. Esta estrategia ahora está desacreditada. Fracasó. La clase dominante, en lugar de desintegrarse como esperaban Jodorkovsky, Navalny y sus seguidores, se implicó en la dictadura y ahora está enteramente comprometida por esta guerra. Los cambios desde arriba con el apoyo de Occidente ya no parecen posibles sin una derrota militar. El liberal en el exilio se convierte así, de forma lógica, en defensor de una derrota militar como medio de transformación de Rusia.
La derrota militar no depende tanto del liderazgo y el ejército ucranianos como de los aliados occidentales. Así la emigración liberal rusa ocupa exactamente el nicho que le atribuyen los medios rusos. Se convierte en un apéndice de los gobiernos occidentales. También realiza algún tipo de propaganda rutinaria (Putin es malo, ¿qué más se puede decir?) pero sobre todo se reúne con políticos, funcionarios y personal militar occidental para persuadirlos de que entreguen más munición, más apoyo a Ucrania. Un ruso, incluso de lo más opositor, difícilmente puede participar en esto porque esta política amenaza directamente su día a día. Las sanciones no dañan el consumo de las élites ni el de Putin, sino el de mi abuela. Para el simpatizante medio de la oposición liberal los productos occidentales se han encarecido, la inflación aumenta, y la derrota militar no significa a largo plazo más que pago de reparaciones, humillación nacional... Significa que parte de la riqueza del país se perderá para inversiones necesarias para mejorar la movilidad social, para que la gente tenga una carrera y una educación... Y así resulta que, contrariamente a sus propias convicciones, ambos se encuentran en lados diferentes de las barricadas. El único apoyo de la oposición liberal no son las masas rusas sino los funcionarios occidentales con los que se reúnen. La competencia por el tiempo en las agendas de estos funcionarios se agudiza drásticamente. Scholtz o Sánchez sólo pueden reunirse con opositores rusos una vez al año o al semestre. ¿Con quién lo van a hacer? La creciente competencia y la pérdida de contacto con Rusia los está llevando a este suicidio.
La situación en la izquierda en el exilio es similar. Cualquier actividad en Rusia está criminalizada desde el principio. Si pido a nuestros seguidores y amigos en Rusia que participen en algún tipo de piquete, los enviarán a prisión. El efecto será nulo. Intento no hacerlo. O si alguien me dona dinero desde Rusia y yo tengo trato con Mélenchon, esto ya se puede considerar como una especie de conexión secreta con el extranjero y esa persona sufrirá represalias. La izquierda en el exilio también está perdiendo esta conexión y eso es una gran amenaza. Pero la izquierda es mucho más independiente de los factores que atan a los liberales a los gobiernos occidentales.
También hay personas de izquierdas que creen que la mejor salida a la catástrofe en la que nos encontramos es no sólo una derrota militar de Putin, sino una victoria militar de la coalición occidental y de Ucrania. Estas personas se encuentran literalmente en la misma posición que los políticos liberales. No tienen un espacio democrático en Rusia. Es una posición con la que no puedes implicar gente en Rusia. No puedes participar en ello incluso si crees que es moralmente correcto. En primer lugar, porque no será socialmente rentable y no permitirá crear una base amplia de seguidores. Y en segundo lugar, porque es imposible de apoyar desde Rusia. Solo permite sentarse a esperar.
Otros militantes de izquierdas no abogan por una victoria de Occidente, sino por el fin de la guerra. Opino que este es el camino correcto porque las grandes masas, tanto en las trincheras como en la retaguardia, necesitan cada vez más el fin de la guerra. El peso de la guerra es evidente, su significado no está claro para nadie, no es popular... El precio de la paz aumenta día a día. Pero esta postura tiene un problema: no podemos formular una receta para poner fin a esta guerra. Hay un régimen imperialista en Rusia y gobiernos imperialistas en Occidente que se enfrentan por imponer sus reglas del juego. Por un mundo basado en reglas, como dice Biden, o por una zona de control imperial, como dice casi explícitamente Putin. ¿Cómo los detenemos? Ellos no nos escuchan. Algunos dicen que sencillamente proclamemos: nos oponemos a la guerra en Rusia y también nos oponemos a la guerra aquí. Acudimos a nuestros camaradas occidentales y les decimos: votad en contra de los suministros militares. Nosotros no podemos votar porque no estamos en la Duma, pero votamos con las manos, los pies y el corazón. Esta posición es problemática porque la situación es asimétrica. Pongamos que los votos de la izquierda resultan ser la gota que colma el vaso y obliga a los gobiernos europeos y estadounidenses a suspender los suministros militares. Eso significa una derrota militar para Ucrania. No será solo el fin de la guerra, sino una victoria para el régimen de Putin. Nosotros, como activistas políticos, no podemos obviar el coste de este hecho. No quiero llevar agua al molino de los halcones de la OTAN que dicen que Putin luego irá a por Polonia, pero es imposible no preguntarse por las consecuencias para Rusia, para la parte ocupada de Ucrania, para el resto de Ucrania, y para el resto del mundo.
Pero lo más importante es que cualquier guerra cambia la naturaleza interna de una sociedad. En Rusia el régimen se está transformando radicalmente. La guerra lo ha obligado a convertirse en una dictadura abierta, aplastar a todo el mundo, poner en funcionamiento un aparato represivo, una máquina de propaganda sin precedentes. Se está produciendo una colosal redistribución de la propiedad desde grandes propietarios, que tal vez obtuvieron estos bienes injustamente, hacia otros que los reciben igual de injustamente. Los beneficiarios de esta guerra —los empresarios y aquellos que medran ahora en el ejército, los servicios de inteligencia o el gobierno gracias a su lealtad— se convierten en el partido de la guerra. El poder en la dictadura ya no se concentra en tecnócratas aparentemente neutrales, sino en personas cuya carrera, posición en la sociedad, propiedades… depende enteramente de esta apuesta. No podrán detener la guerra incluso si firman ahora unos acuerdos porque la guerra se deriva de la lógica de sus intereses.
Me parece que para los emigrantes de izquierdas y para nuestros aliados extranjeros, para la izquierda en todo el mundo, la cuestión principal es ahora encontrar la manera de poner fin a esta guerra sin que suponga el triunfo de la reacción imperialista, tenga esta acento ruso o acento occidental. Es una tarea muy difícil, pero creo que se puede resolver.
Ahora en Rusia es imposible hablar desde una posición antibelicista, pero desde de entre las izquierdas belicistas la fuerza más grande sigue siendo el PCFR. A lo largo de su historia siempre ha habido movimiento en sus bases y eso a veces se ha reflejado de alguna manera en las acciones de la cúpula. Con el estallido de la guerra esta posibilidad quedó abortada. Aún así, ¿existe o es posible todavía algún tipo de interacción con él?
El primer día de la guerra, el 24 de febrero, un grupo de militantes constituimos la Coalición de Socialistas Contra la Guerra y esta coalición lanzó una declaración dirigida específicamente a activistas y diputados locales del PCFR. Varios cientos de personas la firmaron. Esto demostró de inmediato que la guerra no era popular ni siquiera entre los funcionarios y activistas de rango medio del PCFR. E incluso ahora todavía existen grupos de este tipo en el seno del partido como el Frente Antifascista Estudiantil, un movimiento contra la fascistización de la enseñanza superior, que está dirigido por una compañera de las juventudes del PCFR. Recientemente ella intervino en un debate con militantes de la izquierda en el exilio y dijo públicamente que ella no podía hacer nada desde una posición antibelicista en Rusia. Oponerse a la guerra es ir a prisión. El partido está repleto de gente que piensa y siente como ella.
Y con mucha más razón si hablamos del electorado del PCFR. En 2022 yo todavía estaba en Rusia y hablé con un camarada del PCFR en la región de Siberia. Me contó que en una reunión de campaña reciben comentarios del tipo: ¿Qué tonterías estáis diciendo? ¿Acaso no entendemos cuánto cuesta un tanque? ¿Una división de tanques cubriría el coste de pensiones de jubilación por 10 años en adelante? Su electorado y espacios aún más amplios que podrían ser potencialmente su electorado se oponen a la guerra, piden alguna solución de compromiso, una tregua.
Pero como el PCFR, ni siquiera sus representantes más avanzados, es incapaz de articular y desarrollar esta posición, desaparece como fuerza relevante. Este proceso se viene extendiendo desde el año 1996, cuando era la fuerza clave y había ganado en realidad las elecciones, hasta 2022 al que llega como una fuerza insignificante, de décima fila, en la política rusa.
Hasta el comienzo de la guerra el PCFR aún conservaba una pequeña reserva de autonomía. Pero resultó incapaz de defender sus resultados en unas elecciones amañadas. En 2021 yo personalmente propuse a la dirección del PCFR y a todo un círculo de blogueros y políticos de izquierdas un cambio en el vector de la política electoral. Las elecciones estaban previstas para finales de año. La furibunda dictadura que presenciamos hoy aún no se había instalado en el país y una especie de blando autoritarismo estaba instalado en el sentido común político de todo el mundo. Navalny dio un paso arriesgado y volvió al país. Lo detuvieron y en dos ocasiones hasta 200.000 personas salieron a las calles de las ciudades (no sólo de Moscú, lo cual ya era un gran avance). Para Francia 200.000 no será gran cosa, pero para Rusia es mucho. Está a la altura del pico de las movilizaciones de la plaza Bolotnaya en 2011-2012, tal vez incluso más. 200.000 personas no son suficientes para obligar a las autoridades a liberar a Navalny pero hay otro hecho al que pocas personas prestaron atención en su momento: otros 20 millones de rusos estaban siguiendo estas protestas en directo online. ¿Por qué se quedaron en sus casas? Obviamente, si las estaban siguiendo, es porque la demanda de protestas y de cambio encontraban algún tipo de eco en ellos. ¿Pero por qué no se unieron? Yo diría que hubo dos factores. Uno ya en aquel momento era el miedo. Es arriesgado enfrentarse en la calle a un estado policial. Pero además del miedo hay un segundo factor. Los liberales, incluso el círculo de Navalny, nunca pudo captar las simpatías de la mayoría y alejarse de esa imagen de herederos de los 90 que para la gran mayoría de los rusos no trajeron sino catástrofe y colapso social.
Si en lugar de Navalny hubiera otra fuerza equiparable en sinceridad, carisma, honestidad, radicalismo, implicación, etc., pero con un programa social diferente… otro gallo habría cantado. De hecho, Navalny también intentó adaptar su programa. Durante el último año de su vida estuvo intentando precipitadamente convertirse en un populista de izquierda. Si hubiera habido una fuerza sobre la que no recayera esa sombra con la que ahora se asocia la política liberal en Rusia, creo que la relación entre los 200.000 que salieron y los 20 millones que lo observaron pasivamente habría sido diferente.
El 21 de enero yo sugerí, apoyándome en la idea de que el PCFR querría obtener nuevos votos (en aquel momento aún parecía importante luchar por los votos), que podríamos convertirnos en una especie de Navalny colectivo. Atraer a Siomin, Rudoy, Udaltsov... Esa facción obtendría en el seno del PCFR una voz propia, algún tipo de autonomía y un cierto número de mandatos, no sólo el de Lobánov. El PCFR se mostró incluso abierto a las negociaciones, a mí me propusieron un distrito en Moscú. Pero la izquierda más radical no estaba preparada. No querían entrar en la política real. Querían seguir discutiendo sobre Stalin, Trotsky, Marx, la Primera Guerra Mundial, Che Guevara, la descolonización... Tuve debates con Siomin, con Rudoy, con Maksim Shevchenko... Pero no fue posible. La idea no era sencillamente presentar una candidatura más joven, activa y asertiva, sino prepararnos para defender nuestros resultados. Convertir las elecciones amañadas del régimen en una crisis política desde la calle con todas las herramientas a nuestro alcance. No estábamos hablando de un levantamiento armado, claro, pero sí de huelgas, resistencia masiva, sabotaje en las calles. Y allí se vio que tampoco el PCFR estaba preparado para eso. Al final las elecciones transcurrieron sin esta facción de izquierdas, de manera completamente aburrida y rutinaria, el PCFR no pudo organizar la lucha y defender sus votos en la calle. El partido había quedado completamente descompuesto y, cuando sobrevino la guerra, ya no salió de su seno ni una sola voz. Ese fue el acorde final de una triste historia de erosión y corrupción neoliberal del flanco izquierdo de la política rusa. El partido quedó completamente descompuesto, corrupto, incompetente e integrado en la maquinaria de la clase dominante. A veces los votantes en Europa no confían en sus partidos de izquierda, creen que los políticos son carreristas, las puertas giratorias, etc. En Rusia todo eso es mucho más descarnado. No necesitan ni puertas giratorias. El político simplemente recibe una orden directa de la administración presidencial sobre cómo debe votar.
Hablemos ahora de si es aconsejable para la izquierda cooperar con la oposición liberal rusa o incluso entrar en una coalición más amplia con ella.
Bueno, no es una pregunta abstracta. Yo nunca he sido uno de esos izquierdistas que odian a los liberales a nivel identitario, para quienes liberal es un insulto. Pero cualquier coalición, cualquier interacción, implica objetivos comunes, una estrategia común. ¿Cuál es la estrategia de la oposición liberal? Antes de la guerra, suponía un golpe de estado o algún otro tipo de cambio desde arriba pero respaldado con una presión desde abajo (al menos en su versión navalnista). En la práctica la cuestión de una coalición no estaba sobre la mesa porque los partidarios de Navalny siempre buscaron el monopolio. Pero en teoría era una cuestión abierta: ¿debería la izquierda o no unirse a las protestas navalnistas?
Ahora ni ellos ni nosotros somos capaces de organizar ninguna presión desde abajo. Y la oposición liberal se ha visto vinculada a los gobiernos occidentales en mucha mayor medida que nosotros. ¿Cuál podría ser el objeto de nuestra unión de fuerzas? Para Jodorkovsky o Yashin podría tener algún sentido porque mostraría a sus seguidores la amplitud del espectro que controlan y eso les añadiría un punto extra a los ojos de los funcionarios de los gobiernos alemán, estadounidense, español o francés.
¿Pero cuál es el interés de la izquierda en esto? Hoy lamentablemente la izquierda se encuentra en malas condiciones y no tiene ninguna estrategia independiente. Pero si intentara formularla esta estrategia debería dirigirse a las clases sociales más bajas, a los explotados y los desfavorecidos. Eso implica que no debemos limitarnos a las valoraciones éticas de lo que sucede en el país. Por ejemplo, ¿qué es un soldado ruso a los ojos de un político liberal? Un orco, un invasor que ha violado las reglas mundiales y el sistema moral que conllevan. Pero si son orcos e invasores, ¿podemos ofrecerles algún tipo de alternativa? Creo que no. ¿Podemos decir que los soldados rusos involucrados en esta guerra, algunos por dinero, otros mediante engaño, otros mediante coerción, son también víctimas de esta guerra? ¿Que no deberían ser discriminados ni privados de sus derechos y que, además, deberían recibir algún tipo de compensación de la sociedad y del Estado en forma de un programa social, una pensión militar por incapacidad...? ¿Es esto compatible con la perspectiva liberal que convierte a los liberales en meros aliados menores de la coalición militar opuesta? Creo que no.
Por supuesto, podemos participar con ellos en actos generales dedicados a presos políticos. Hay muchas personas de opiniones liberales que están sinceramente indignados por las represalias. Sin duda, debemos desarrollar campañas de solidaridad junto a ellos... Pero nuestra perspectiva política ahora es muy diferente, no hay una agenda común sobre la que podamos debatir. No podemos manifestarnos juntos. Nuestras propuestas a los políticos occidentales son claramente diferentes. Probablemente estamos más lejos que nunca de algún tipo de coalición con los liberales.
Aunque en la izquierda rusa en el exilio también hay quienes de facto lo defienden. Ilyá Yashin estuvo en París hace unos días, yo lo conozco desde hace mucho tiempo y asistí también a esa reunión. Yashin invitó a Mijaíl Lobánov al estrado y anunció: estoy formando una coalición desde la izquierda hacia los demócratas cristianos. La agenda de esta coalición consiste en algún tipo de reformas democráticas abstractas en una Rusia indefinida del futuro que se lograrán sin saber bien cómo, pero obviamente con la ayuda de gobiernos occidentales y tras una victoria militar sobre Rusia. Esto significa que hay nada que ofrecer a los rusos más que pedirles que esperen a que los gobiernos occidentales establezcan para ellos... ¿un régimen de ocupación?, ¿un Plan Marshall?... En mi opinión y en la de mis camaradas, sólo las fuerzas internas pueden ser la fuente del cambio en Rusia. Nuestra agenda debe dirigirse a las fuerzas internas, a las personas que se encuentran en medio de esta locura, incluso en el frente, involucradas en esta guerra absurda y criminal. Pero entonces no puede ser una agenda de derrota nacional, sino una agenda de explosión social. Si recurrimos, por ejemplo, a los soldados, nuestra tarea como emigrantes es, en primer lugar, encontrar aquellas fuerzas en Occidente que estén dispuestas a asociarse a nosotros en un diálogo más igualitario que no se reduzca a los términos de la rendición. Esto nos permitirá meter una cuña, separar lo que es el régimen de Vladimir Putin y Rusia. Y por otro lado, garantizar unas condiciones para la paz que no generen amenazas reales para el pueblo ruso, sociales, en forma de paquetes de reformas liberales, como pasó en los años 90, y geopolíticas como ocurrió con las bases de la OTAN.
Esto nos lleva a la siguiente pregunta. ¿Con quién puede contar políticamente la izquierda rusa en Europa? Todo el mundo conoce más o menos la posición de la Francia Insumisa y de Mélenchon: ni OTAN ni Putin. ¿Qué tipo de relaciones estáis estableciendo actualmente aquí con ellos y con quién más se mantienen contactos constructivos en Europa?
Es una pregunta importante. ¿Cómo puede esta posición (ni Putin ni OTAN) traducirse en algo? La clave de la posición de Mélenchon es que su propuesta no está dirigida sólo a los líderes que ahora gobiernan: Vladimir Putin, Zelensky, Biden, Macron... Está dirigida, por encima de sus cabezas, a los pueblos que gobiernan. En la práctica esto significa que se debe formular un paquete de exigencias que incluya un alto el fuego inmediato (porque esta inhumana picadora de carne está costando miles de vidas de soldados mutilados y muertos cada día), pero una tregua sólo puede ser sostenible si va acompañada de políticas democráticas, unas reglas para la paz que convengan al pueblo. Si se formulase una propuesta para una paz democrática, eso deslegitimaría la guerra ante los ojos de los soldados, de sus familias y del resto de la gente que está en las retaguardias de Rusia y Ucrania.
Rusia y Ucrania se encuentran en situaciones diferentes. Es imposible establecer condiciones simétricas para ambas. Pero si hablamos de Ucrania, los ucranianos de a pie de las ciudades pobres están pagando un precio monstruoso por esta guerra con su sangre. El gobierno no consensúa con ellos ni el precio de esta guerra, ni las reglas conforme a las que vive el país. Los ricos se compran exenciones para eludir el frente y siguen viviendo pacíficamente. Los pobres van a la guerra y vuelven mutilados. Las grandes empresas cercanas al gobierno gozan de relativa prosperidad. Sigue sin haber libertad de expresión, permanecen en vigor las leyes de censura y descomunistización. Hay muchos presos políticos, incluidas personas que no tienen nada que ver con la justificación de la agresión rusa. Esto debería ser una exigencia obvia: la democratización interna del país como condición para su apoyo. Sencillamente porque el pueblo debe poder ejercer un control sobre su propio país.
Me parece que la segunda condición ineludible debería ser el reconocimiento de la autodeterminación como principio básico del orden mundial de posguerra. El reconocimiento de estos puntos, en mi opinión, transformaría la naturaleza del Estado ucraniano y permitiría apoyar la resistencia ucraniana como una resistencia popular y no como un proyecto de la OTAN o de las élites occidentales.
Por otro lado, si una propuesta de condiciones democráticas para la paz estuviera sobre la mesa y el gobierno ruso la rechazara, le resultará mucho más difícil explicar a su propia población y a sus soldados por qué están luchando. Ya les resulta difícil llevar gente al frente. Tenemos pruebas tangibles de ello. El precio de la carne de cañón aumenta constantemente. Ahora las personas que firman un contrato con las fuerzas armadas pueden percibir 30 mil euros de golpe, algo inaudito para Rusia, y estos precios aumentan mes a mes. Esto demuestra que cada vez les resulta más difícil atraer reclutas. Si se quedan sin sus argumentos morales y políticos, les será aún más difícil. Vemos un número cada vez mayor de desertores. Como ya dije, se ha triplicado en un año y multiplicado por 7,5 desde el comienzo de la guerra. Si el régimen de Putin no puede justificar la guerra por la amenaza existencial que la OTAN constituye para el Estado ruso, si renuncia a una paz democrática legítima a los ojos de la mayoría de los rusos, las deserciones aumentarán con una fuerza todavía mayor. Y tarde o temprano esto conducirá a una resistencia armada por parte de los soldados.
Mélenchon es el que más lejos ha ido en el camino de formular estas demandas. Es un aliado clave, pero tratamos de mantener contactos con otras izquierdas occidentales y de todo el mundo. Hay contactos con Corbyn, con Die Linke y el partido de Sarah Wagenknecht, aunque me parece que su posición está demasiado inclinada hacia la realpolitik entendida como un negocio sucio como lo ven los políticos conservadores. Pero incluso Sarah, antes de las elecciones regionales en Alemania, escribió un artículo para uno de los principales periódicos alemanes donde indicaba que deben existir ciertas condiciones para una congelación del conflicto. Es un paso importante. Si comenzamos a formular las condiciones para la paz, veremos que el problema no es encontrar un sucio compromiso imperialista entre gobiernos, sino que este sistema de relaciones internacionales y estas clases dominantes, estos gobiernos enconcreto, en primer lugar el gobierno de Putin, ya no valen, no van a ser capaces de llegar ni siquiera a un tipo de acuerdo como el que insinúan Trump u otros conservadores. Si intentamos presentarlo en el lenguaje de política pública, de la democracia, ni siquiera del socialismo, resulta que no es compatible con la supervivencia del régimen ruso. Esto nos obliga a buscar respuestas a preguntas que ni todavía ni siquiera se han planteado.
Estamos buscando estas respuestas con nuestros aliados de izquierdas no sólo occidentales, sino también del Sur global. Por ejemplo, conocíamos la iniciativa de paz chino-brasileña desde hace año, ya que participamos en su desarrollo. Estamos involucrados en una campaña de solidaridad con Boris Kagarlitsky, conocido intelectual, sociólogo y escritor ruso de izquierdas que está en prisión por su postura antibelicista. Invitamos a personas de la administración del presidente brasileño Lula a unirse. Les pedimos que lo hicieran informalmente en la última cumbre de los BRICS y al mismo tiempo les pedimos que firmaran una declaración bastante suave en protesta por estas represalias. Nos explicaron que, por supuesto, compartían los objetivos de la campaña y estaban consternados por el encarcelamiento de Kagarlitsky, pero que para ellos la prioridad política ahora era la búsqueda de un compromiso de paz. Y que no querían complicarlo con cuestiones intermedias. Yo creo que su deseo de lograr un acuerdo de paz es sincero pero que se equivocan. El régimen ruso, por causas internas, no puede llegar a ningún acuerdo de paz y éste es el principal problema, al menos en la misma medida que la incapacidad de las élites occidentales para considerar el abandono de su política de bloques y expansión de la OTAN.
Pero el diálogo con ellos se mantiene para que no sean necesarios años y cientos de miles de nuevas víctimas para que maduren para dar el siguiente paso. En un principio, su propuesta merece una consideración. Comienza por poner fin a la guerra sobre la base de los principios de la ONU, que incluyen el respeto a la soberanía popular y la inviolabilidad de las fronteras. Todo este terrible problema debe ser resuelto por la gente que vive en nuestros países, Rusia y Ucrania. Desde lo más abajo posible, lo más cerca posible del suelo. Ni presidentes, ni oligarquías, ni funcionarios o generales. Esta es nuestra estrategia, nuestras creencia, nuestros valores. Necesitamos buscar medidas prácticas para lograrla. Necesitamos una coalición en Occidente que defienda estos principios y sea lo suficientemente influyente como para tender su mano, aunque en Rusia, desafortunadamente, los gobernantes actuales no podrán estrecharla. Lamentablemente, para lograr la paz, este régimen debe ser destruido. Me alegraré si me equivoco.
Nuestro siguiente tema trata sobre la relación entre la izquierda rusa y la izquierda ucraniana.
Para empezar en Ucrania, objetivamente, la izquierda era todavía más débil que en Rusia. Especialmente después del Maidán de 2014. Si ya era débil por sí, a partir de ahí fue reprimida por la fuerza. Con el estallido de la guerra incluso personas particulares, ex activistas del Partido Comunista de Ucrania, pequeñas organizaciones como Borotbá y otras más moderadas, incluso proucranianas, fueron arrestadas u obligadas a guardar silencio. No sólo personalidades de la izquierda política organizada, sino también periodistas destacados como Yury Tkachov de Odesa.
En este contexto, en Ucrania existe solo una organización legal de cierta relevancia: el Movimiento Social. Es pequeña, tal vez unos 200 activistas, y la mayoría de ellos provienen del entorno académico, cuya actividad social e investigadora está financiada por subvenciones. Nos comunicamos y mantenemos un diálogo con muchos de ellos a nivel particular. Pero a día de hoy su posición se inscribe más en la lógica de la defensa nacional. Hace falta lograr el mayor suministro de armas para el régimen actual y todas las cuestiones sociales, todos los cambios, deben esperar a después de la guerra. En conversaciones privadas a menudo llegamos a la conclusión de que les resulta difícil abandonar esta posición tanto por miedo a represalias como por la presión total que ejercen las organizaciones conservadoras y nacionalistas de derecha.
Hay pequeñas organizaciones radicales, en particular el Frente Obrero de Ucrania, cuya posición también está deformada por la presión interna pero en el sentido contrario. El constante acoso, descrédito de la izquierda, ataques de la ultraderecha, histeria antisocialista y anticomunista de los medios de comunicación... Como consecuencia, su posición a menudo se desplaza en la dirección opuesta, incluso a la defensa de la derrota como medio de transformación de Ucrania.
Y luego hay un océano de emigrantes ucranianos que no tienen experiencia política. Algunos son personas de sensibilidad de izquierdas más o menos consciente. Por 10 millones de refugiados ucranianos igual son unos pocos miles, pero sigue siendo mucho. Creo que nuestra mayor ambición es organizarlos. No gente que ya está enmarcada en alguna tradición política, con sus subvenciones para el desarrollo de la sociedad civil, o que se siente intimidada y desmoralizada por esa misma sociedad civil hasta el punto de ver con buenos ojos la aventura militar de Putin, sino aquellos cuya voz nunca ha sido escuchada. Ahora se va a celebrar un foro en Colonia, al que asistirán varios activistas ucranianos que se están empezando a organizar. En Alemania han formado ya la Unión de Izquierdas Postsoviéticas. Es una pequeña red que incluye tanto a rusos como a ucranianos. Hay algunos ucranianos en París con los que guardamos amistad. Se trata principalmente de refugiados de la guerra, pero también hay migrantes laborales. Quizás el primer horizonte por el que luchar sea la creación de una plataforma aceptable para las personas de izquierdas de ambos lados del frente. Pueden ser grupúsculos de migrantes de izquierdas sin recursos, pero su capital moral sería indiscutible. Significaría que también podrían hacerlo los soldados.
Has mencionado el foro de Colonia que se celebrará los días 2 y 3 de noviembre. ¿Con qué presencias podemos contar?
En un principio invitamos a todos, incluidos aquellos que no eran de nuestra cuerda. No todos estuvieron de acuerdo y no todos tienen la posibilidad material de asistir. Probablemente, los que emigraron a EEUU y Transcaucasia (Georgia y Armenia), donde hay grupos bastante numerosos, solo podrán estar presentes por videollamada. Habrá activistas de diferentes países europeos: Alemania, Francia, creo que también alguien de España, Suecia, Países Bajos. Rusos y ucranianos (tres cuartas partes de rusos y una cuarta parte de ucranianos). Habrá diferentes corrientes, incluidas personas que parten de la necesidad de una victoria militar sobre el régimen de Putin y la Rusia actual.
Hay diferentes expectativas sobre este foro, no quiero hablar por todos, pero en mi opinión, un paso importante sería definir posiciones porque la situación actual nos tienta a no buscar respuestas a preguntas complejas. Esto significa que uno puede sentarse tanto con la Fundación Rosa Luxemburg, como con Yashin o con Francia Insumisa. Y puede balancear, hacer carrera, recibir subvenciones, aunque también hacer cosas importantes y útiles. Ayudar, por ejemplo, a la gente a salir de Rusia o apoyar a los presos políticos de ambos lados del frente. Esta posición me parece perjudicial sobre todo porque cierra la entrada a casa, con los rusos. Cierra incluso la posibilidad teórica de buscar las respuestas que millones de personas en Rusia necesitan. Es necesario que la gente aclare su punto de vista y se defina. Que digan: sí, queremos la derrota de Rusia por la vía militar y ser el flanco izquierdo de un gobierno de ocupación o gobierno liberal en Rusia y esforzarnos por mitigar las consecuencias.
Otros intentaremos formular las tesis que puedan llevar a la práctica nuestra perspectiva zimmerwaldiana desde la zona de abstracción infinita a algún tipo de práctica. Necesitamos empezar a formular propuestas concretas: ¿cómo podría ser la paz? ¿Qué significa autodeterminación? ¿Qué consideramos autodeterminación y qué no? ¿Cómo tratamos a los participantes de la guerra? Para cualquier político en Rusia, esta es una pregunta que no puede obviar. Un millón de personas ya han pasado por la guerra. También están sus familias y sus allegados. ¿Los consideramos criminales o víctimas? Si los vemos como víctimas, quizás no podamos entrar en la BBC. Si surge un partido o una coalición que diga: soldados rusos, hermanos, sois buenas personas, víctimas, no criminales, esta tesis imposibilitará recibir muchas subvenciones de los gobiernos occidentales, pero tal vez abra una pequeña grieta por la que hablar con los rusos.
Cuando hayamos formulado estas tesis, tendremos que encontrar en Europa socios para que esto sea un diálogo. Encontrar las soluciones es muy difícil y siempre generará desacuerdos. Pero es entonces cuando este movimiento contra la guerra podrá convertirse en una contraparte para los rusos. Podrá influir en el debate público aquí en Europa, y toda esta cuestión de la guerra y la paz en Ucrania pasará de ser un tema tóxico que todo el mundo intenta evitar a una herramienta con la que los políticos de izquierda podrían ganar votos y simpatizantes, movilizar seguidores. Como lo hace, por ejemplo, Francia Insumisa con Gaza. Hay un gran número de personas de origen árabe en Francia y también franceses autóctonos que comparten su agenda humanista, a pesar de que esta está sometida a ataques interminables por parte de sus enemigos y los medios de comunicación. Creo que esto también se puede hacer con ese conflicto en Europa del Este, pero hace falta, ante todo, una posición de principios.
Parece que hemos hablado de casi todo lo posible. Queda una última pregunta, probablemente la más difícil, a la que, en realidad, ya has respondido en gran medida: ¿qué se puede esperar a corto y medio plazo del desarrollo del conflicto y de la situación interna en Rusia?
La bifurcación que estamos viviendo ahora es: ¿es posible un acuerdo imperialista? Intensas negociaciones tienen lugar entre bastidores. El foro BRICS al que asistieron el Secretario General de la ONU y todo un grupo de líderes está terminando y uno de los temas clave que se debate a puerta cerrada son los términos de compromiso para una tregua. Los dirigentes ucranianos también hablan de una nueva conferencia de paz, que implicaría algún tipo de compromiso sin la participación del pueblo. Si se concluye un acuerdo así, si simplemente callan las armas, harán falta respuestas y soluciones diferentes, porque esto habrá legitimado en gran medida las políticas imperialistas a los ojos de todos. Se habrá visto que, con perseverancia, sacrificios, sangre y violencia es posible lograr resultados tanto en la política interior como en la exterior.
Pero creo que este acuerdo no se alcanzará. No hay ventana para ello porque Moscú necesita unos términos que garanticen la supervivencia política, preservación del poder y la riqueza del partido de la guerra, de los funcionarios, empresarios y periodistas que están haciendo su carrera gracias a la guerra. Términos que, por otro lado, serían incompatibles con la preservación siquiera de las ruinas del orden internacional occidental. La cuestión principal no son las concesiones territoriales de Ucrania, sino el rechazo de Occidente a ese protectorado blando que ejerce sobre Ucrania. Es decir, justo lo que Putin defiende desde el discurso de Múnich de 2007 y exigía en su famoso ultimátum del 21 de diciembre de 2021: que se entregue un espacio imperial que aproximadamente reproduce el territorio de la antigua URSS (tal vez sin los Estados bálticos) a la plena voluntad de los mandatarios de Moscú, y que Occidente no interfiera en la política interna de Rusia y de esos países, a los que considera sus satélites. Si Occidente acepta eso, será, por supuesto, un cambio colosal, no visto desde la Segunda Guerra Mundial. No sé qué puede ofrecer Putin a cambio. ¿Una ruptura con China? Creo que ya no. Se encuentra en la situación en la que se encontraba el káiser alemán en 1916 cuando ya se daba cuenta de que había que buscar la paz, pero no había ninguna posibilidad práctica.
Si esto es así, la guerra continuará, el momento habrá pasado, y seguirá este Verdún sin esperanza, sin sentido, que humilla y aplasta vidas humanas. Habrá una nueva etapa de escalada en el frente, lo que supondrá nuevos dolores de cabeza para aquellos que estamos en países seguros porque habrá chantaje nuclear, etc. Y en los países involucrados en la guerra habrá nuevas decisiones difíciles.
En Rusia, la principal decisión que todos temen es una nueva movilización. El presupuesto ruso para el próximo año es el mayor de la historia de Rusia y el 40% de este presupuesto es dinero para la guerra y las fuerzas de seguridad. Es casi el 7% del PIB. Rusia ha logrado avances impresionantes en la movilización de su industria militar sobre la antigua base industrial soviética. Es poco probable que pueda incrementar fácilmente su capacidad productiva con el mismo éxito porque el mercado laboral está experimentando una escasez catastrófica. Si comienza una nueva escalada y se hace necesario aumentar la producción militar y el número de soldados en el frente, esto conducirá obviamente a un rápido aumento de la inflación, al que no podrán hacer frente. Hoy el Banco Central ha elevado el tipo de interés oficial al 21%. Es más de lo que se podía esperar, un récord histórico para la Rusia contemporánea. Ni siquiera en la época de Yeltsin se llegó a estos tipos. Esto pone fin a las perspectivas de crecimiento económico. Si la economía no crece, no se recaudan impuestos, y el crédito está dificultado por las sanciones. Solo quedará financiar la guerra de forma inflacionaria imprimiendo dinero.
Esto acelerará enormemente los lentos procesos de fatiga bélica y en algún momento nos encontraremos con una movilización. Será muy difícil. La primera movilización, en septiembre de 2022, que las autoridades emprendieron ante las derrotas militares, llevó al país al borde del colapso. En mi opinión, esto no está bien reflexionado, al menos en los medios occidentales. Registramos más de 20 conatos de alzamiento armado contra la movilización, incluido un caso en el que varios cientos de soldados armados recién movilizados detuvieron un tren que se dirigía al frente y se negaron a seguir adelante. Arrestaron a los oficiales, los encerraron en un compartimento y organizaron una mitin espontáneo. O el caso de un regimiento entero en Tatarstán, entre 3.000 y 4.000 personas que abandonaron la unidad militar de forma organizada. O la reunión de reclutas en el patio de armas que terminó con una paliza al oficial. Hubo más de 20 actuaciones colectivas de este tipo en la retaguardia rusa. No sabemos cuántas más hubo en la zona del frente porque allí no hay periodistas. Allí rige un régimen extremo de dictadura militar. Además, hubo miles de casos de deserción y negativa a cumplir órdenes que fueron reprimidos mediante una violencia brutal. La primera movilización llevó al país al borde de la explosión social. Y eso que la fatiga de la guerra era mucho menor que ahora, había aún una reserva de personas que estaban dispuestas a ir en busca de dinero o por sus ideas. Ahora será mucho más difícil hacerlo. El caudal de ataúdes que regresan es enorme. Según estimaciones de la BBC y Mediazona, Rusia ha perdido casi 150.000 soldados. Esto no incluye a las personas que fueron movilizadas en el Donbás donde la movilización fue total. Esta experiencia ha calado muy hondo en la sociedad, ahora para nadie es un secreto lo que es la guerra. Las personas que ahora van a la guerra por cantidades enormes de dinero son gente de los bajos fondos: alcohólicos, drogadictos, reos. Incluso este señuelo va casi siempre acompañado de algún tipo de coerción administrativa. Una movilización ahora pondría al régimen al borde de una crisis política. Es difícil saber si esto sería suficiente para un estallido y una revolución. Pero esa amenaza para el régimen existe.
No pueden firmar un alto el fuego. Tarde o temprano llegaremos a ese punto y entonces se habrá formado una demanda de paz no equivalente a la derrota y fragmentación de Rusia. Para los rusos este es un temor bastante grande. El régimen ha sido bastante eficaz a la hora de utilizar la posición de los gobiernos occidentales para crear una sensación de amenaza existencial, para propagar la idea de que una derrota militar de Rusia supondría no solo la derrota del régimen sino de todo el país. El desafío está en separar ambas cosas.
Tenían varias soluciones. Una solución era el empleo masivo de las personas encarceladas. En el asedio de Bajmut se usaron 45.000 soldados de la organización paramilitar Wagner, en su mayoría reos. Sólo durante esa operación murieron 20.000 personas en un año. Desde febrero de 2023, el Ministerio de Defensa se encarga del reclutamiento en penitenciarías, y en un año y medio se ha llevado más o menos otro tanto. Es decir, entre 85.000 y 100.000 personas se han reclutado en las cárceles rusas. Son prácticamente todos los presos que se podían haber reclutado si descontamos mujeres, ancianos y personas con enfermedades graves. Este recurso está agotado. Ahora el parlamento ha autorizado que personas que aún no han sido condenadas puedan llegar a un acuerdo y enrolarse para el frente. Se trata de una decisión monstruosa que socava las instituciones del Estado como tal. Puedes cometer un asesinato y no ser castigado. Esto les aportará algo pero difícilmente será suficiente para cubrir las pérdidas. Cada mes el ejército ruso necesita reponer entre 20.000 y 30.000 reclutas. Es imposible cubrir tal cantidad de esa forma.
Finalmente la principal solución fue el señuelo económico. Cuando comenzó la guerra, las autoridades establecieron salarios que entonces parecían increíbles: 2.000 euros, entre 8 y 10 veces más que el salario medio en un centro regional deprimido. Pronto este dinero dejó de parecer tan fantástico. Una parte del mismo fue engullida por la inflación, y por otro lado la magnitud de los riesgos se hizo más presente. Empezaron a añadir diversos beneficios sociales, complementos regionales, primas mensuales por diversos logros como derribar un avión, un tanque, etc. Eso no funciona bien porque los corruptos dirigentes militares se apropian de ese dinero aprovechando que ese tipo de registros dependen de los oficiales superiores. También están las indemnizaciones para heridos. Son unos 30.000 euros por mutilado. Y están las indemnizaciones para las familias de los muertos. En ciudades deprimidas hay decenas de miles de mujeres que están persuadiendo a sus hombres alcoholizados: no sirves de nada; si mueres, eso al menos será un piso en la capital regional para nuestros hijos. Desafortunadamente, es un poderoso incentivo que ha hecho posible la compra de carne de cañón todo este tiempo. Pero para finales de 2023 también este recurso se había agotado.
Encontraron una nueva solución: las regiones comenzaron a realizar pagos únicos iniciales. Cada región ofrece cuantías diferentes. La más grande es de la región de Bélgorod: 30.000 euros de golpe. Para personas en situaciones extremas, alguien que se ha quedado, por ejemplo, sin el coche por las deudas y resulta que ese era su único medio de trabajo, este es un incentivo importante. Antes era difícilmente imaginable este tráfico de vidas humanas.
Amplíemos un poco sobre las protestas contra la invasión al comienzo de la guerra.
Al comienzo de la guerra, las tropas regulares entraron en combate y los contratistas intentaron dimitir masivamente pero no hubo ninguna acción colectiva. Cuando se anunció la movilización, en septiembre de 2022, Rusia sufrió una importante derrota militar en la región de Járkov y esto obligó a las autoridades a tomar una decisión extrema: se celebraron pseudoreferendos en dos regiones y se anunció la movilización. En teoría, se convocó a 300 mil personas, pero en realidad fueron más, probablemente alrededor de medio millón de personas. Esto provocó una enorme tensión en la sociedad; incluso esa imitación de sociología, que en general no registra nada, registró una caída del 20% en el índice de aprobación de Putin. Y más importante aún: esto provocó los disturbios espontáneos de los que ya he hablado.
Me interesa especialmente esta transición de febrero, marzo, abril de 2022, cuando la gente salió a las calles e incluso, cosa inaudita, dos diputados de la Duma estatal votaron en contra de la invasión. Eran comunistas, aunque nada se supo de ellos después. ¿Ahí quedó todo?
Eso fue todo. Fui a la manifestación por primera vez el día 24 y después de la manifestación acudí a la constitución de nuestra Coalición. El centro de Moscú, Tverskaya, estaba completamente bloqueado, un mar de policías, antidisturbios y fuerzas especiales, y un mar de manifestantes. Eran son los mismos rostros, la misma ropa, que la gente que había salido a protestar por Navalny, la clase media. No eran los amenazados por la movilización. Ese mismo día comprendí que esto estaba condenado al fracaso porque no iba a ir más allá de ese gueto social. Y fue lo que pasó. Este entorno, con su infraestructura, muy grande pero insuficiente, ha fracasado. Todas sus bases fueron desmanteladas, 2.000 personas fueron arrestadas en las dos primeras semanas, varios cientos fueron sometidos a una represión brutal, y la protesta se desvaneció. Durante el primer año de la guerra, casi un millón de rusos se marcharon del país. Era el núcleo activista de todos los grupos liberales y de izquierda. En abril ya estaba claro que esta oposición de clase media no detendría la guerra. Había sido derrotada. En septiembre Rusia sufre una derrota en la región de Jarkov y esto provoca la movilización. Vivimos sin tener el pulso tomado al país, no vemos a esa gente que no es parte de nuestras redes de activistas y nos pareció que ahora tal vez estaban tan asustados como para salir espontáneamente a las calles. Resultó que no. El 90% de los que salieron a las calles a protestar contra la movilización eran las mismas que al comienzo de la guerra. Y nuevamente fueron derrotados. Eran activistas como un estudiante de Moscú que conocí, un crío, que era arrestado en una manifestación y esa misma noche citado para ser enviado al frente, a una muerte casi segura. No tienes ningún derecho moral a convocar a la gente a una manifestación condenada al fracaso que literalmente le puede condenar a muerte. Y así, después de la movilización, cuando estas dos protestas fueron derrotadas, nosotros también nos fuimos. Pero cuando ya en octubre y noviembre estábamos en Kazajstán y luego aquí, en Francia, nos llegaron noticias de disturbios que no tenían ninguna conexión con la oposición. Ningún navalinista, ningún izquierdista, nadie había persuadido a esta gente, nadie les había agitado, no consumían blogs de política. En parte, por eso fracasaron, porque estaban desorganizados. Pero estaba claro que la escala y la intensidad de las protestas eran muy elevadas. La gente se estaba rebelando e incurriendo en delitos penales. De muchos de los que se pusieron a la cabeza más tarde se supo que habían muerto en el frente. Les habían juzgado y condenado, luego eran enviados a un penal y desde allí enviados al frente donde morirían. En Chelyabinsk uno de ellos con una granada había intentado tomar como rehén a un comisario militar. El gobernador de la región de Chelyabinsk participó en las negociaciones. Esta ola, por su total espontaneidad y desorganización, fue derrotada y las autoridades de alguna manera recondujeron la situación. Mediante una especie de contrato social no escrito se asumía que la movilización no iba a llegar más allá. Estas 300 mil personas fueron reclutadas, también hubo una segunda ola de emigración y se fue del país otro medio millón de personas. Para el invierno habían reprimido con violencia todos los conatos de rebelión entre los soldados y llevado a la gente al frente. A los que se negaban a entrar en combate los metían desnudos en un hoyo helado con 10 grados bajo cero. En fin, los jodieron hasta matarlos. Allí no hay reglas ni nada remotamente parecido. Los reprimieron, la gente empezó a combatir, aunque lo hacía muy mal porque no quería morir. En verano de 2023, se corrió entre los movilizados y sus familias la leyenda de que al año todos serían liberados. Esta creencia se apoyaba en el hecho de que formalmente habían firmado un contrato por 6 meses o un año. Pero según el decreto de movilización de Putin estos contratos eran automáticamente renovables. Esa formalidad, el papelajo que habían firmado, les llevó a creer en masa que serían desmovilizados para el aniversario de la movilización. Puedes verlo en las estadísticas de Yandex o de Google. Cuándo habrá desmovilización, cuándo serán liberados los movilizados: todas estas búsquedas entre abril y septiembre de 2023 se multiplican por 10. Todo el mundo habla de eso, todas las mujeres lo creen fervientemente. Cuando esto no se materializa, comienza una cierta radicalización. Ya no en el frente; no son los soldados los que se rebelan, sino sus familias. No todas, por supuesto, sobre todo pasó en las grandes ciudades. Mujeres, totalmente de clase trabajadora, comenzaron a irrumpir en los centros de reclutamiento, a escribir declaraciones y quejas: ¿cuándo soltarán a mi marido?, se lo llevaron, tiene una úlcera, le falta una pierna… Agitación constante. Les contestaban con excusas. Al principio ellas solo se quejaban pero luego, en el pico de la protesta, surgieron varios grupos organizados. La mayor de ellas es la conocida como Mujeres y Madres de los Movilizados. Fue un grupo que llegó a constituirse con una cierta identidad. Presentó un programa para un alto el fuego inmediato. Entre ellas había algunas jóvenes con algo de experiencia activista que ejercieron cierta influencia. Nuestro canal de Telegram, La Noguerra, trabajó para apoyarlas. Creamos un grupo de 93 personas con las que manteníamos un contacto habitual. Les ayudábamos con instrucciones prácticas de qué hacer si perdían el contacto con sus seres queridos, etc. Y lo más importante, los animamos a unirse entre ellas. Al principio su única motivación era sacar a su hombre de allí. Pero eso rápidamente las llevaba a algunas demandas generales que inevitablemente acababan relacionándose con la desmovilización como cuestión clave, e incluso con la firma de un acuerdo de paz. Se multiplicaban como setas. Parecía que las autoridades no podrían hacer nada al respecto. Pero les hicieron frente con una serie de medidas. En primer lugar, todos estos grupos necesitaban para funcionar apoyarse en las redes sociales, Telegram o VKontakte. Todos los funcionarios menores habían sido obligados a crear cuentas y escribir comentarios en esas redes día y noche. Las amenazaban. Una mujer escribía: esos mierdas han empezado una guerra, e inmediatamente le comenzaban a llegar mensajes del tipo: ¿Qué coño te pasa, estás en contra de Putin? Mediante amenazas, chantajes, persuasiones y demagogia patriótica frenaron un poco el movimiento, luego lo dividieron, declararon agente extranjero al grupo más radical (el canal Camino a Casa que llegó a sumar 60 mil personas, al menos la mitad de las cuales eran familiares de los movilizados). Aumentaron la presión. Bloquearon el canal. Llegaron a proponer tratos individuales. Por ejemplo, a una mujer que trabajaba en una empresa municipal como jefe de rango intermedio, le decían: dejaremos ir a tu marido, pero para eso necesitamos que se presenten X candidatos voluntarios en el centro de reclutamiento. Y entonces la tía destruye su propio grupo activista y empieza a organizar a las demás mujeres para buzonear con folletos publicitarios del reclutamiento. Todos estos medios funcionaron de alguna manera, aunque de forma limitada.
El factor principal fue que en algún momento a principios de este año apareció una nueva leyenda. Tras el fracaso de la contraofensiva ucraniana surgió generalizadamente la creencia y la esperanza de que la victoria sería el camino más corto hacia la paz. Que era mejor no poner palos en las ruedas, sino someterse y contribuir a la victoria.
Teníamos corresponsales en el frente que nos contaban cuán masivamente se extendía esa la creencia. Los ucros ceden, joder, estamos avanzando, no hay tiempo para la revolución ahora, necesitamos ganar, eso dará sus frutos. Y hasta el verano este fue el factor más importante. La gente había visto que las protestas eran aplastadas, nada funcionaba, el poder era fuerte, se mantenía. Había resultado que era una máquina a la que no se podía enfrentar. Los propios militares a menudo escribían a sus familias: estamos jodidos, nos envían a los asaltos cuando empezáis a molestar nuestros superiores. Y a la mayoría le resultó más fácil creer en la posibilidad de la victoria. Además hubo otro factor importante. La gran mayoría en el frente eran movilizados, más que contratistas. Y los reos servían en unidades separadas. A finales de 2023 y principios de 2024 comienza una afluencia masiva de voluntarios atraídos por las grandes cantidades de dinero que se ofrecían. Y esto también desmoralizó la ola de protestas. A fin de cuentas la gente venía más o menos voluntariamente. Y algunos de los movilizados estaban siendo retirados de la primera línea. Los aparcaban en una unidad logística de segunda fila. Esa fue la mayor concesión. No fue una decisión formal pero poco a poco fueron retirados y dejaron de arrojarlos a asaltos de primera línea. Ahora esta leyenda aún permanece, unida a la retirada de los movilizados, pero ya va a menos. Ahora, si dentro de dos meses no se firma una alto el fuego, quedará claro que no había nada. Y se reactivará la picadora de carne, con muertes en masa, sin esperanza ni luz, y comenzará un nuevo aumento de la protesta. Tanto en el frente como entre familiares.
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