lunes, 29 de agosto de 2011

La plaza de servicios rituales

Este artículo fue escrito por el periodista ruso Oleg Kashin tres días antes de recibir una brutal paliza por parte de dos desconocidos con una barra de hierro camuflada en un ramo de flores junto a su domicilio en Moscú, a escasos metros del Kremlin. De 30 años de edad, Kashin había ejercido como periodista para los diarios Komsomolskaya Pravda y Kommersant, en los que se había destacado como un periodista crítico con el régimen. Kashin, quien recientemente había sido amenazado por la organización juvenil oficialista, salió el pasado viernes del coma.
Oleg Kashin, periodista
Traducido por Antonio Airapétov
Consultar el original


El 31 de octubre se celebró en la Plaza Triumfálnaya la primera concentración de la opositora plataforma, “Estrategia-31”, perseguida por las autoridades. La policía llevó al creador de la “Estrategia-31” a la concentración por la fuerza. El corresponsal de El Poder Oleg Kashin considera que así puede considerarse concluida la operación de las autoridades de liquidación de la “Estrategia-31”.


Contado a terceros, todo esto debe de sonar curioso, como una especie de chiste. Hace casi dos años, Eduard Limónov [fundador del Partido Nacional-Bolchevique Ruso, miembro de la coalición opositora Otra Rusia, N.T.] exigió que le permitieran celebrar concentraciones los días 31 en la Plaza Triumfálnaya. Durante dos años no se lo habían permitido. Ocupaban la plaza con cualquier cosa: campañas de donación de sangre, conciertos, carreras, incomprensibles “festejos invernales”... Por último, la llenaron de obras y la vallaron: que no se pueden hacer concentraciones aquí, que no. Limónov y quienes habían apoyado su “Estrategia-31 sólo conseguían los porrazos de antidisturbios y los furgones policiales. Ya se había convertido en un ritual: las personas llegan a la plaza, les dan una paliza y las meten en autobuses policiales, y así hasta la próxima. La rosa es una flor, el ciervo un animal, el gorrión un pájaro, el 31 en la Triumfálnaya el OMON [nombre genérico por el que son conocidos los cuerpos especiales de la policía rusa, N.T.] disuelve la concentración en defensa de la libertad de concentración. Y así durante dos años.


Y de repente se la autorizaron. Se lo podría llamar milagro, se lo podría llamar victoria: Limónov intentaba conseguir el derecho a concentrarse en la Triumfálnaya y finalmente lo consiguió. Y aquí empieza el chiste: lo consiguió pero, por alguna razón, le vuelven a agarrar los antidisturbios y vuelven a llevarle, ya no al autobús enrejado, sino tras los detectores de metal de la concentración autorizada, a la tribuna autorizada, con su autorizado micrófono. Le llevan a la fuerza, él no quiere, y, según sus palabras, con un ardid (¡la policía no le permite abandonar la concentración autorizada!) abandona la plaza Triumfálnaya. Fin del chiste.


No puedo demostrarlo pero no me puedo creer que llevar a la fuerza a Limónov a la concentración –¡toma, manifiéstate, cabrón!- fuera idea de los policías y mucho menos una improvisación. Ellos no saben hacer así las cosas, su cabeza funciona de otro modo. Traer, exactamente traer, agarrado por los pies y las manos, a Limónov a un mitin sancionado, rebajarle de la forma más humillante, dada la situación, no es un truco policial, sino político-tecnológico. De hecho, un truco muy acertado. No se tarda más de un minuto en arrastrar a Limónov tras los detectores de metal. Un minuto suficiente para que la “Estrategia-31” deje de existir. «Que Ludmila Alekséyeva [presidenta del Grupo Moscú Helsinki, una ONG que investiga los abusos de los derechos humanos en Rusia, N.T.] se tome una cápsula de cianuro», demanda Limónov, a través de Kommersant, a su socia en la “Estrategia”. «Que se la tome él», responde Alekséyeva. Ya no harán las paces. El 31 de diciembre no habrá nada en la plaza Triumfálnaya, y si hay algo, será algún espectáculo vergonzoso, sin relación alguna con lo que había estado sucediendo en la plaza hasta ahora los días 31.


Se deben señalar dos cosas que, aún siendo evidentes, resulta incómodo sacar a la luz. En primer lugar, el principal, por no decir el único, valor de la “Estrategia-31” residía precisamente en su carácter desautorizado. Puedo compartir mi propia experiencia: llevo medio año asistiendo a la Triumfálnaya los días 31 como particular, sin el pase de prensa. Asisto desde que he comprendido que, si el poder gasta en la represión de la “Estrategia” tantas fuerzas, dinero y reflexión, es que para el poder es importante que las personas no salgan a la plaza, lo que me ofende. Si el poder no se opusiera a la “Estrategia-31”, la “Estrategia-31 no valdría nada. Por cierto que, desde los tiempos de “las marchas de los disconformes”, muchos comentaristas leales al Kremlin acostumbran a extrañarse: ¿a qué vienen los antidisturbios, a qué vienen las prohibiciones? Autorizad a esos disconformes su maldita marcha: enseguida dejarán de interesar a nadie y toda la escalada de la protesta se disolverá por sí sola. Limónov nunca lo reconoció abiertamente pero, está claro, su categórico rechazo al mitin autorizado no está causado porque las autoridades hubieran aceptado la presencia de 800 personas, mientras él hubiera querido más. Es listo, lo entiende todo. Eso es lo primero.


En segundo lugar, concentrarse en defensa de la libertad de reunión y concentración no tiene en Rusia ningún sentido porque la libertad de reunión y concentración en Rusia en absoluto necesita ser defendida. Si se hiciera una lista de las concentraciones y manifestaciones no celebradas a causa de las autoridades o reventadas por las autoridades, en esa lista, salvo las acciones de la “Estrategia-31” y, en gran medida su copia, por no decir parodia, el “Día de la ira”, no habría nada. En el ayuntamiento de Moscú no hay y nunca ha habido una larga cola de políticos opositores que quieren concentrarse pero no les dejan. Más aún: precisamente en los últimos, reconocidamente antidemocráticos, años en Rusia, y ante todo en Moscú, se ha conformado una estable cultura de actividades políticas en la calle. Precisamente en los últimos años sobre el mapa de Moscú han aparecido, sin ningún edicto particular, varios Hyde parks fijos, y no solamente las incómodas plaza Bolótnaya y el paseo de Tarás Shevchenko, sino también los ideales, desde el punto de vista de la logística, monumento a Griboyédov en el bulevar Chistoprudny y la plaza Púshkinskaya (al igual que el monumento de Pushkin que, en su momento, se movió del bulevar Tverskoy al otro lado de la Tverskaya, el espacio de los mítines se trasladó este año del paseo Novopúshkinskiy al monumento de Pushkin y las fuentes; el paseo fue vallado por obras, mientras que al lado de Pushkin se reunían los participantes de la concentración de agosto en defensa del bosque de Jimki, y, hace muy poco, los activistas de “Solidaridad”, exigiendo la dimisión de Vladímir Putin). Los opositores presentan una solicitud, el ayuntamiento o la prefectura normalmente la reciben correctamente, y se celebra una concentración sancionada. Los policías limitan el espacio de la concentración con vallas metálicas y en las entradas colocan detectores de metal, no se ponen obstáculos a nadie: ni a los ciudadanos, que atraviesan los detectores (claro, hay que sacar de los bolsillos todo lo metálico, pero así realmente es más seguro), ni a los organizadores con su equipo de sonido. El equipo bien se carga en una camioneta, o bien (como suele hacerse en Chístye Prudý donde hay una elevación al lado del monumento) se coloca sobre alguna elevación, y los oradores pronuncian sus discursos. Luego todos se van.


Se ha convertido en un mecanismo repetido, un ritual, una tradición. Pero con un matiz: normalmente esas concentraciones son aburridas y no suelen reunir a más de un centenar de participantes. Hay, claro, excepciones, como fue el ya mencionado mitin dedicado al bosque de Jimki, pero son muy escasas. Incluso el PCFR [Partido Comunista de la Federación Rusa], tradicionalmente orgulloso de sus masivas manifestaciones de primero de mayo y de noviembre [en conmemoración de la Revolución de octubre, N.T.], para mantener esa asistencia necesita traer a Moscú autobuses de manifestantes desde la región de Moscú y otras regiones, de lo contrario también los comunistas tendrían unos poco convincentes centenares concentrados. En Rusia, parece que simplemente no hay nadie ni hay nada por lo que concentrarse en serio. Da mucha lástima reconocerlo, pero ni hay políticos que pudieran llevar tras de sí a las personas, ni ideas que permitieran la aparición de nuevos políticos, ni personas a las que importe exigir algo con tanta fuerza como para que tiemblen los muros del Kremlin. «Cada uno tiene su vida, cada uno tiene algo propio. No saldrán de su jaula, no quieren hacerlo.» Parece que todos están conformes con todo. Incluso los periodistas: yo, por ejemplo, estoy ahora escribiendo sobre la defunción de la “Estrategia-31”, lo que significa que tengo algo de que escribir, y, ¿qué más, estrictamente hablando, necesita un periodista?


El principal capital simbólico de Eduard Limónov es el odio patológico e irracional que experimenta hacia el el Kremlin. Ese odio garantiza a Limónov que una acción en la calle organizada por él nunca será permitida. Limónov es la garantía en persona de que van a aparecer antidisturbios con porras. Los antidisturbios, por otra parte, son la única posibilidad de romper el rutinario, aburrido, impotente y no interesante para nadie ritual de las concentraciones. La suma de ambos factores fue la que garantizó el éxito de la “Estrategia-31”, pero ambos justamente no estaban en manos de los organizadores de la “Estrategia” sino en las del Kremlin. “El director del carrusel, un mayor del GULAG, se dedica a hacer girar al caballo: el carrusel giraba tan entretenidamente que nadie se daba cuenta de que gira por la mera voluntad del director del carrusel”. Habiendo autorizado la concentración, el Kremlin convirtió la carroza de la “Estrategia-31” en una calabaza (puede que precisamente a eso, y no al Halloween, estuviesen aludiendo los provocadores de las organizaciones juveniles pro-kremlin que deambulaban por la Triumfálnaya disfrazados de calabazas: una concentración autorizada en la Triumfálnaya se hizo indistinguible de otras concentraciones autorizadas: detectores de metal, la camioneta-tribuna, aburridos oradores. Ludmila Alekséyeva, que aceptó ponerse ante el autorizado micrófono, parece que no lo entendió. Limónov lo había entendido siempre y por eso se resistía tanto a estar en esa concentración autorizada. Un buen chiste, ¿verdad?

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